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LORD MACAULAY.

la Torre. Los Hydes eran

los

naturales protectores de

los derechos de ambas Prince as. El Embajador ho–

landés podía considerarse como representante de Gui–

llermo, el cual, en su calidad de primer Príncipe de

la sang·re y marido cie la hija mayor del Rey, tenía

grandísimo interés en el suceso. A Jacobo no se le

ocurrió

iquiera citar á ningún individuo, varón

6

hembra, de la familia d Hyde, ni tampoco invitó

á

a i tir nl Embajador holandés. La po teridad ha ab–

suelto plenamente al-Rey del fraude que su pueblq le

imputaba. Pero es imposible absolverle de torpeza y

perver idad tales, que expljcan

y

excusan el error de

sus eontemporáneos.

abía muy bien las sospecha

que corrían entre la g ente (1).

1

0

debía ignorar que

aquellas sospechas noº se disipararían con el testimo–

nio de individuos de la Ig'le ia de Roma ó de persona

que aunque se dij esen individuos de la Iglesia angli–

cana, no habían vacilado en sacrificar los in,tere es de

u Ig·le ia por tal de alcanzar el favor Real. Que el su -·

ceso le sorprendió cuando menos lo speraba, es cier -

to, pero tuvo doce horas para. hacer todos lqs prepara–

tivos. No le costó trabajo reunir en el.palacio de Saint

James una multitud de fanáticos y parásitos, cuya

palabra no inspiraba la mwior confianza

á

la nación ..

Lo mismo le hubiera cootado procurar la a istencia de

algunas personas eminentes, cuya adhesión

á

las

Princesas

y

á

la relig·ión nacional era incuestionable. ·

Po teriormente, cuando ya había pag·ado bien caro

u temerario desprecio de la opinión pública, era cos–

tumbre en Saint Germain excusarle de tal falta,

echando

á

otros la culpa. Algunos jacobistas acusa–

ban

á

Ana de haberse alejado de intento, y lo qu

(l}

Así resultn con toda claridad del

Diario

de

Clarendon, oc–

tubre 91, 1688.