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LORD JIIACAULAY.
tad escapar á la importuna multitud de sus partida–
rios. Lloyd fué detenido en el oratorio del Palacio de
Justicia por un grupo de admiradores que se pelea–
ban por tocar sus manos y besar el extremo de su
sotana, hasta que Clarendon con alguna dificultad
logró rescatarle, acompañándole á su casa por un
camino apartado. Dicese que Cartwrigbt tuvo la in–
discreci ón de mezclarse entre la multitud. Uno de los
circunstantes, que vió su hábito episcopal, imploró la
bendición del Obispo,
recibiéndola en seguida. Un
espectador le gritó:
n¿Sa!
Jé.isquién os 11a bendecido?-Ya
lo creo
rliJo el honrado con la bendición;
es uno de los
siete.-No,
repuso el otro;
es el Obispo JJavista de Cheste1·.–
¡Pe1'ro papista!
exclamó el protestante furioso,
ncogr:
ot1·a 'Vez tw bendición.)>
Era tal la multitud y tan grande la agitación, que
el Embajador holandés se admiró de ver que termina–
se el día sin una revuelta. úurante este tiempo el Rey
distaba mucho de estar tranquilo. A fin de hallarse
pronto á reprimir cualquier disturbio, había pasado la
mañana revistando algunos batallones de infantería
en Hyde Park. Sin embargo, es completamP,nte segu–
ro que las tropas no le hubieran obedecido si hubiera
necesitado sus servicios. Cuando Sancroft llegó
á
Lambeth por la tarde, e,ncontró á los granaderos
acuarteiados en aquel cüstrito, reunidos ante la puerta
de su palacio. Cubrían la carrera formados en do
filas, y al pasar por medio de ellos solicitaban su ben–
dición. Qostóle trabajo impedir que encencüesen una
gran hoguera para celebrar su regreso.
in embar
go, aquella noche hubo muchas hogueras en señal
de regocijo en la City. Dos católicos, que cometieron
la incüscreción de pegar á unos chicos por unirse
á
estas pruebas de contento, fueron cogidos por la mul–
titud, que los despojó de sus vestidos
y
los marcó de.