REVOLl:CIÓN DE Ir GLATERRA.
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El Príncipe de Orange, que no sospechaba nada
. de esto y no conocía el estado de la opini
ón pública
en Ing·laterra, mandó que se rezase en su propia.ca–
pilla por su cufütdito, y envió á Zulestein
á
Londres ,
con misión especial de felicitar al Rey. El Embajador–
vió lleno de sorpresa que todas las gentes que encon–
traba le hablaban con g ran exaltación de la infame
impostura cometida por los jesuítas, y á
~ada
mo–
mento vela nuevos pasquines acerca del embarazo y
alumbramiento de la Reina. Escribió en seguida al
Haya que ni la décima parte de los Ingleses creían
que el infante fuese hijo de la Reina (1).
·
En tanto la conducta de los siete prelados aumen–
taba el interés excitado por su situación. En la tarde '
del
Viernes negro,
seg·ún se le ll amaba, en que fueran
enviado
á
la Torre, lleg·aron á la prisión justamente
á
la hora del diviuo servicio. Apresuráronse á entrar
en la capilla, y casualmente en la segunda plática
había estas palabras: uEn todas las cosas debemos
mostrarnos mini tros de Dios: en la mucha paciencia,
en las afliccione . en las calamidades, en los despo–
jo , en los encarcelamientos.» Todos los
anglicano~
celosos se felicitaban de esta coincidencia,.y recorda–
ban cuán gran consuelo había produc_ido una coin–
cidencia semejante, cerca de cuarenta años atrás al
Rey Carlos I en el momento de su muerte.
En la tarde del otro día, sábado 9
d~
junio, se 're–
cibió una carta ·de Sunclerlaud ordenando al cape..
llán de la Torre leer la Declaración ele indulgencia
la mañana siguiente durante el servicio divino. Como
ermoues, la co¡¡flanza de los curas
y
el apresuramiento de todos.•
Junio 13, 168 .
(1) Ronquillo, julio 26 (agosto 5). Añade Ronquillo que lo que
decía Zulestein acerca del estado de la opinión pública era cier–
tisimo.