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REVOLUCIÓN. DE INGLATERRA.

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laudables acuerdos, influyendo tal vez mucho para

ello el que, durante la dominación de los Purita–

nos, la mayoría de los ministros desposeídos de Ja

Iglesia de Inglaterra sólo pudo hallar abrigo y pan

entrando en las casas de Jos caballeros realistas, y

que la costumbre que contrajo la clase en aquella épo-,

ca de turbul encias durase basta después del restable–

cimiento de la Monarquía y del episcopado. Y, en

efecto, la práctica era perjudicial en g rado sumo al

decoro de los eclesiásticos; porque si en las casas de

aquellos á quienes animaba espiritu liberal y que te–

nían cierta cultura se veía tratado el capel-Ián con

urbanidad y afecto, estimándose su conversación, sus

conocimientos literarios y sus consejos por cumplida

y generosa correspondencia del hospedaje y del ,sala–

rio que le daban, en las de los

sqitires

groseros.é igno –

rantes del campo no sucedía otro tanto, pues siempre

hallaban el modo de conciliar la dignidad con la ta–

cañería. Un joven levita (esta era la frase con que los

designaban) podía estar adscrito

á

su casa por la co–

mida, una mala vivienda en el desván y diez libras

al año, y mediante tan mezquina retribución debia,

no sólo cumplir las obligaciones de su ministerio,

sino es ser el más silencioso de los oyentes, aparejado

siempre y dispuesto en toda ocasión, haciendo bueno,

á jugará los bolos con la familia, ó al tejo, si llovía,

esto sin. perjuicio de ahorrar el gasto del jardinéro

y

á lá.s veces hasta del mozo de ·cuadra; que así caía

bajo su jurisdicción la poda de los albaricoques y la

limpieza de los caballos, como el ajustar cuentas con

el herrador y llevar recados y encargos

á

diez millas

de distancia. Se le toleraba que comiese

á

la misma

mesa de la familia; pero

á

condición de que se con··

tentara con lo menos y lo peor, pues si se le hacia

plato de carne salada

y

zanahorias, cuando servían

TOMO II.

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