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LORD MACAULAY.
de aureola de gloria, de pompa
y
de magnificencia
que rodeó en lo antiguo á los príncipes de lajerarquia.
ya no ingresaban en ella; como que parecía mezquino
el esplendor de Grindall
y
de Parker á los que recorda–
ban el esplendor imperial de Wolsey, sus palacios de
Wbitehall y de Hampton-Court, que habían venido
:i
ser residencias favoritas de los Reyes, las tres mesas
suntuosamente servidas cada día en su refectorio, las
cuarenta y cuatro espléndidas capas de su capilla, sus
pajes y correos vestidos de ricas libreas, y sus guar–
dias con doradas alabardas. Perdido el atractivo que
tenia la carrera sacerdotal para las clases elevadas,
apenas hubo, durante el siglo que siguió al adveni–
miento de Isabel, una sola persona de familia noble
.. que recibiese las órdenes. A fines del reinado de Car–
los II eran Obispos dos hijos de Pares dtil reino, y cua–
tro
ó
cinco disfrutaban de pingües beneficios; pero tan
contadas excepciones no tenían eficacia para neutra–
lizar el disfavor en que habla caído la clase, pues, con-·
siderada en conjunto, se la calificaba de plebeya. Y, en
realidad, para cada sacerdote que hacía papel de caba- _
· 11ero, diez no pasaban de ser sirvientes á sueldo, en ra-–
zón á que mucha parte de los ministros que carecían
de beneficio,
ó
cuyos beneficios eran tan escasos que
no bastaban á subvenir á sus necesidades de una·ma–
nera decorosa, se refugiaban en las casas particula–
res.; costumbre que, desde hacía tiempo, daba por re–
sultado el rebajamiente del carácter sacerdotal. Ya
intentó Laud reformar estas práct.icas viciosas, y tam–
bién Carlos·I dispuso, para remediarlas ó restringirlas
en lo posible, que solamente las personas de rango
muy elevado tuvieran capellanes particulares
(
1
);
pero no es menos cierto que se olvidaron luego tan
('J)
Véase
á
Heylin,
Oyp•·ianiu anglic11&.