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REVOLUCIÓN: DE INGLATERRA.

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las ciudades y de la corte, que comprendía hombres

famil'iarizados con las ciencias antiguas y modernas,

capac~s

de discutir con Bossuet y con Hobbes; hom–

bres que acertaban á exponer la majestad y belleza

del Cristianismo con tanta elocuencia, precisión y

energia que, por oírlos, hasta el mismo Carlos se

arrancaba muchas veces á la molicie, y Buckíngham

daba treguas al sarcasmo; hombres, finalmente, cuyo

tacto, cortesía y discreción eran ocasionados á diri–

gir la conciencia de los ricos y de los grandes; con

quienes Halifax gustaba de discutir los más intrica–

dos problemas de la política internacional, y de quie–

nes aprendió Dryden el arte difícil de escribir, como

él mismo reconocía y declaraba (l); y la del campo,

consagrada enteramente á trabajos más humildes y

rudos. Pero con estar dispersa por las aldeas y forma–

da principalmente de individuos que no eran

ni

más

ricos ni de mejor educación que los colonos y labrie–

gos algún tanto acomodados, esta clase que vivía del

mísero producto del diezmo sobre las hierbas y los

cerdos, que ninguno de cuantos la formaban tenía ni

la más remota probabilidad de ocupar puestos de

cierta importancia, era la que mantenía el ·espíritu

de corporación á mayor altµra. Porque, mientras en–

tre aquellos teólogos que hacían las delicias de la

capital y eran ornamento y orgullo de los claustros

universitarios, que habían obtenido ó que podían ob–

tener honores y riquezas, existía un partido, conside–

rable por el número y respetable por el carácter, que

se inclinaba con marcada predilección hacia los prin-

{1)

•He oído decir muchas veces

íi.

Dryden, y con muestras de

gran satisfacción, que si sabía escribir la prosa inglesa lo debía

en reauiiaü.

{,.

:-. ::::::.'!!v> que había leído al gran arzobispo

Tillot–

son.•-Congreve:

Dedicalion o{ nryden'• Plays.