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LORD MACAULAY.

das la

leyes que le autorizaban á gobernar <le aquel

modo, Mi entras los oficiales cometían los asesinatos

que acabamos de relatar, hacía él repetidas instancias

para que el Parlamento de Escocia promulgase una·

nueva ley, en cuya comparación eran benignas

toda

las anteriores. En Ing·laterra su autoridad,

aunque g rande, hallábase limitada por antiguas y

nobles leyes, que hasta los mismo

t01ies

no le hubie–

ran visto infringir con paciencia.

'o podía aqui lle–

var á los disidentes ante tribunales militare ,

ó

disfru–

tar en el Consejo el placer de verlos en el tormento.

'o podía aqui mandar ahogar pobres doncellas por

negarse á abjurar, ó fusilar infelices campesinos por

poner en duda si él era uno de los elegidos. Sin em–

bargo, continuaba persiguiendo en Inglaterra

á

los

puritauos hasta donde su poder le permitía, hasta que

los acontecimientos, que muy pronto habremos de re

ferir, le indujeron á formar el designio de unil' en una

coalición

á

puritanos

y

papistas,

á

fin de humillar y

despojar la Iglesia anglicana.

XXVI.

INTENCIONES DE JACOBO RESPECTO DE LO

UÁKEROS.

Rabia una secta de protestantes disidentes que el

Rey, aun en este primer período de su reinado, miraba

con cierto cariño: la

Sociedad de Amigos.

Su parcialidad

por aquella fraternidad sing·ular no puede atribuirse

á

simpatía religiosa, porque de todos los que recono–

cen la divina misión de J esucristo, los que más difie· ·

ren entre si, son los católicos

y

los cuákeros. Podrá