REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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del ejército una milicia compuesta de los más vio–
lentos
y
desenfrenados entre los qµe
á
si mismos se
daban el nombre de
episcopales
ó partidarios de los
Obispos. Entre las bandas que oprimían
y
asolaban
aquella infeliz comarca, distinguíanse los dragones
de Jacobo Grabam de Claverhouse. Decíase que estos
malvados acostumbraban, en sus org las ,
á
hacer jue–
go de los tormentos del infierno, y á llamarse entl'e
sí por los nombres de los diablos
y
de las almas conde- •
nadas (1). Era j efe de este
infierno
terrenal un soldado
de notable valor y pericia, pero rapaz y profano, de
carácter violento y de corazón endurecido, cuyo nom–
bre, do quiera que la raza escocesa se ha establecido
en la haz de la tierra, ile menciona con particular odio
y aborrecimiento. Sería tarea interminable el referir
todos los crímenes que hicieron de este hombre y
otros como él el espanto de los campesinos de ln.s
tierras bajas del Oeste (Western Lowlands), cuyo do–
lor llegó
á
veces basta la locura. Bastarán alg·unos
ejemplos que bmaremós de la historia de solos quince
días, los mismos en que eI Parlamento escocés,
á
instancias de .Tacobo, promulgaba una nueva ley
contra los disidentes, ley cuya severidad no tenía
precedente en nuestra historia.
Juan Brown, pobre mandadero del.Lancarshire, era
llamado, por su singular piedad, el mandadero cristia–
no. Muchos años después, cuando Escocia disfrutaba
de la paz, prosperidad y libertad religiosa, los an–
cianos que recordaban estos infelices días contaban
que era hombre versado en las cosas divinas, de vida
irreprensible y natural tan humilde, que los tira–
nos no hallaban nada que reprender en él, como no
fuese su alejamiento del público trato de los
episco-
(1) W odrúw, m,
1x,
6.