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LORD llfACAULAY.
por la apostasía, sintiendo desde entonces hacia el
partido que abandonara el implacable odio del apósta–
ta.
Este hombre, pues, echó abajo la casa de la pobre
mujer; se llevó cuanto encontró dentro, y dejándola
á
ella y á sus pequeñuelos en mitad del campo, llevó
consigo á su hijo Andrés, que era todavía mancebo,
haciéndole comparecer ante Claverhouse, que
á
la
sazón recorría aquella parte del país. Claverhouse
habíase hecho entonces extraordinariamente blando,
y algunos creian que no era el mismo desde que diez
días antes diera muerte al mandadero cristiano. Pero
Westerball deseaba ardientemente
da~·
señalada prue–
ba de su lealtad, y consiguió, al fin, de Clave1·house el
consentimiento que deseaba. Cargáronse los fusiles y
se ordenó al joven que se cubriese la cara con la
gorra.
1
egóse á ello, y permaneció cov.templando á
sus asesinos con la Biblia en la mano.
«Puedo miraros
al i·ostro,
dijo;
no he keclio nada de que tenga q1te avergon–
zai·me. Pero ¿cómo.esta?'éis vosotros el día en q1te seáis juz–
gados por lo que está escrito en este l!ibro?»
Diciendo esto,
cayó muerto, y fué enterrado en un pantano
(1).
Aquel mismo diados mujeres, Margarita Machachlan
y Margarita vVilson, anciana viuda la primera, don–
cella la otra de diez y ocho años, sufrían la muerte
por su religión en Wigtonsbire. Se les ofreció la vida
si consentían en abjurar la causa de los
covenanta–
rios
insurg·entes
y
abrazar el partido de los Obispos.
Negáronse á ello,
y
se las sentenció á morir ahogadas.
Fueron conducidas
á
un sitio que el Solway cubre
con sus aguas dos veces al día, y las ataron á unas es–
tacas que habían fijado en la arena en mitad de la co–
rriente. La anciana fué colocada más cerca de lama–
rea creciente, en la esperanza de que al ver su agonía.
(1)
lb.
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Wilneue3.