REVOLUCIÓ
T
DE JNGLATE[{HA.
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ante el Consejo privado, reducido
á
prisión , procesa–
do, convicto
y
entenciarl.o á ser azotado ele de Alcl–
gate basta ·ewg·ate, y desde Newgate hasta Tyl)urn.
El desdichado, en 1 curso del proceso había bocho
alarde de g·ran desverg üenza; pero cuando oyó la en–
tencia, la angustia y la desesperación se apoderaron
de su espíritu; túvose ya por muerto,
y
ha ta eligió el
texto que había ele servir para su sermón J'(mebre.
Sus presentimientos er an ciertos. No fué
m~otado
con
tanta crueldad como Oates, pero tampoco tenía la
fé–
rrea constitución, así de alma corno de cuerpo, de
aquél. Después de la ejecución , Dangerfield fué colo–
cado en un coche de al quiler
y
conducido nue a–
mente á la pri ión; pero al pa ar por la e quina de
Hatton Garden, un caballero
tory,
de Gra.) 's Inn, lla–
mado Fr·ancisco, detuvo el carruaje
y
le gTitó con
brutal complacencia:
«¡Hola, amigo, parece que nos !ternos
cc~lentado
esta ma11anal»
El en angrentado preso,
fu
ra
de sí por el insulto, le contestó con una maldición.
Francisco le hirió en el rm•tro con un bastón, lasti–
mándole un ojo, lo cual agTavó el estado de Dan–
gerfield en t>rminos que fué conducido mor ibundo
á Newgate. Tau infame ultraj e babia excitado la
indig·nación de los circunstantes·, que cogieron á
Francisco, y en poco estl}-VO que lo- hicieran pedazos.
El aspecto del cuerpo de Dangerfield, horriblemente
lacerado por el látigo, inclinaba
á
muchos
á
creer que
su muer te fu era producida en.parte, si no del todo, por
los latigazos que había recibido. El Gobierno, sin em–
barg·o, y el hief .Justice creyeron conveniente echar
toda la culpa
á
Francisco, que aunque parece haber
sido reo, cuando má , de lesiones gTaves, fué senten–
ciado y ejecutado como asesino. Su discurso antes de
morir es uno de los monumentos más curiosos de la
época. El salvaje espiritu de partido que le babia lle-