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LORD MACAULAY.

taba hablar mal del Gobierno para ser sentenciado

á

pena tan d.espropurci onada, que se prefería ser pro–

cesado por faltas gTaves

y

enviado á presidio . Feliz–

mente la revolución detuvo bien pronto el progreso

de tan gran mal, por medio de aquel artículo del

bill de derechos que condena todo castigo cruel é inu–

sitado.

XXI.

PROCESO DE DANGERFIELD.

El crimen de Dangerfield no habla llevado

á

la

muerte, como el de Oates,

á

muchas víctimas inocen–

tes, porque cuando Dang erfield tomara como oficio

el ser testig o, ya la conjuración había terminado, y

los jurados se habían necho incrédulos

(1).

Fué sen–

tenciado, no por perjurio, sino por la más leve falta

de libelista. Durante Ja agitación causada por el bill

de exclusión, nabía publicado una novela, en la que

se hacían imputaciones falsas

y

odiosas contra

O~r­

los lI

y

contra Jacobo. Por esta publicación veíase

ahora, después de cinco años , súbitamente llevado

(1)

Según Rogcr Nortb, los jueces decidieron que Dangertleld,

por estar convicto de perjurio, no fuese admitido como testigo en

lo relativo

á

la conj11ración. Pero este es uno de tantos ejemplos.

de la inexactitlld de r ort h. Parece de la reiación del proceso de

lord Castel maine. en junio <le 1680, que después de un gran al–

tercado entre los del Consejo

y

de

r~petidas

consultas

á

los jue–

ces de Westminster, se decidió admitir, bajo juramento, la decla–

ración de Dangerlield; pero el Jurado, obrando en esto acertada–

mente, se negó

á

darle crédito.