REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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crueldad, se negó á pronunciar un a sola palabra en
favor del infeliz reo. Después de un intervalo de so–
las cuarenta
y
ocho hora§, Oates fué sacado nueva–
mente de su calabozo,
y
como no pudiese t enerse en
pie, fué ll evado en una rastra hasta Tyburn. Parecía
haber perdido por completo la sensibilülad,
y
los
to-
1-íes
refi eren que se había vuelto idiota á efecto de la
excesiva canti<lad de bebidas fuertes que había toma–
do.
na persona que coJ1tó los azotes el segundo día,
dice que fueron
.:nil
setecientos ,
y
aunque el malvado
escapó con vida, <]uedó en tal estado, que sus ig no–
rantes
y
fanáticos admiradores calrncaron su cura de
milag rosa, y la citaban comb prueba ele su inocencia.
Las puertas de la prisión se cerraron nuevamente tras
él,
y
durante alg un os meses permaneció cargado de
grillos en el más oscuro ca1abo:w de
'ewgate. Díj ose,
que en su encierro la melaucolia se había apoderado
de él
y
que pasaba días enteros
exhalan.dotristes ge–
midos, cruzauos los brazos sob
re el pecho
y
con el
sombrero ecl•ado sobre los ojos.
T,o
era solamente <!n
Ing laterra donde estos acontecimientos excitaban
g ran interés. Millones de católicos que no conccian
absolutamente nuestras instituciones, ni sabían nada
de nuestros partidos, habían oído decir que una bár–
bara persecución contra los que profesaban Ja verda–
dera fe se había desencadenado en nuestra isla,
y
que
Tito Oates había sido el principal asesino. Grande
fué, pues, en lejanas comarcas la ale3Tía cuando se
suro que la justicia divina le había alcanzado, y por
tod 9. Europa circulaban gTabaclos que le representa–
ban ante la picota,
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en el momento de ser azotado;
y
en muchas leng·uas le compusieron ,epigTamas, en
que los poetas se burlaban del titulo de doctor que él
decía haber recibido de la Universidad de Salamanca,
haciendo notar que ya que el rubor no podía asomar