REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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perplejidad de los grandes maestros de la ciencia,
atribuía á Ja enfermedad extraordinario origen, y aun
hay ra2ón de creer que una horribl e sospecha cruzó
por la mente de Short, quien, aunque experto en su
profesión, parece habel'. sido en extremo nervioso y de
muy viva imag inación, á lo cual se agregaba enton–
ces que, por ser él católico, debía entrar por mucho en
la turbaci ón de su espíritu el temor á las odiosas im–
putaciones
á
qur.- por sus especiales circunstancias se
hallaba expuesto. No debe, pues, admirarnos que las
más horrendas historias se repitiesen y aun bailasen
crédito entre las bajas clases del pueblo. Decíase que
la lengua de S. M. se había hinchado hasta hacerse
tan grande como la de un buey, que en su cerebro se
había encontrado una masa de polvo deletéreo, que
tenía el pecho cubierto de manchas azuladas, que en
un hombro tenía manchas negruzcas. Algo, sin duda,
le habían puesto en la tabaquera, ó en el caldo, ó
en su plato favorito de huevos al
ámbar gris.
Ya era la
Duquesa de Portsmouth la que le había envenenado
en una taza de chocolate, ó la Reina que le había
dada la ponzoña en un plato de peras secas. Tales
cuentos deben conservarse porque nos dan la medida
de la inteligencia y buen natural de la generación
-que ávidamente los devoraba. Si en la época pre–
sente no hallan crédito tales rumores entre nosotros,
aun tratándose de personajes de cuya vida dependen
grandes intereses, arrebatados de una manera impre–
vista, sin más que una rapidísima enfermedad, debe
.atribuirse en parte al progreso de las cien cias medi–
cas, y en parte también, según es licito creer,
á
lo que
desde entonces ha ganado la nación en buen sentido,
.en justicia y en humanidad (1).
(1) Welwood, 139; Burnet,
1,
609: Sheftleld's,
Characl•r o{ Ohar-