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LORD MACAULAY.
unción. Preguntóle luégo si quería recibir el Señor_
nSin duda,
contestó Carlos,
si
1io·
soy indigno .»
Trájose la
hostia, y como Carlos se esforzase débilmente por le–
vantarse y arrodillarse ante la Sag·rada Forma, le.
ordenó el fraile que permaneciese acostado, asegurán–
dole que Dios se contentaba con la humillación del
alma, sin exigir la del cuerpo. Era tal el estado del
Monarca; que siéndole muy difícil trag·ar la hostia fué
necesario abrir la puerta y traer un vaso de agua.
Terminada la santa ceremonia, el fraile puso ante los.
ojos de su penitente un crucifijo, y encargándole que
fijase sus últimos pensamientos en la pasión del Re –
dentor, se retiró. Había durado toda la ceremonia.
como tres cuartos de hora, y en este tiempo, los cor–
tesanos que llenaban la cámara inmediata se habían
comunicado sus sospechas con sign ificativas miradas
ó
habl ándose al oido. Por fin abrióse de nuevo la
puerta, y la multitud volvió á llenar la cámara de la
muerte.
Eran las altas horas de la noche, y el Rey parecía.
sentirse mejor después de lo que había pasado. Traje–
ron sus hijos naturales al lado del lecho, los Duques
de Grafton , Southampton y
1
orthumberl and, hijos de
la Duquesa de Cleveland; el Duque de Saint Albans
hijo de Leonor Gwynn; y el Duque de Richmond,
hijo de la Duquesa de Portsmouth. Carl os los bendijo
á
todos; pero habló con peculiar ternura á fü chmond.
Un rostro faltaba que todos echaron de menos: el ma–
yor y el más querido de los hijos del Monarca, que
estaba errante en el destierro. Ni una sola vez pro–
nunció el Rey su nombre.
Durante la noche Carlos recomendó ardientemente
á su hermano que no abandonase
á
la Duquesa de
Portsmouth
y
su hijo,
y
aun añadió en tono sincero:
«No 'Vayas
á
dejar morir de 11amb1·e
á
la pob1·e Nelly. »
La