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REVOLUCIÓN DE IYGLATERRA.

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Bath y Wells, que á su vez despleg·ó toda su elocuen–

cia para persuadir al Monarca. Era este Obispo hombre

docto y de relevantes dotes; su sensibilidad era ex–

quisita, é inmacul ada su virtud. Sus erudi tas obras

yacen en el olvido desde hace mucho tiempo, pero

sus himnos religiosos se repiten diariamente por

mil-lares do personas. Celoso defensor de la monar–

quía, como Ja mayor parte de los clérigos, no por eso

11 gaba al vergonzoso extremo de lucrar con sus opi–

niones, y antes de llegar á ser Obispo había mante–

nido el decoro de su orden negándose, cuando la

corte estaba en vVinchester, á permitir que Leonor

Gwynn se alojase en la misma casa que él ocupaba

como prebendado (1). El Rey que tenía sufici ente ta–

lento para r¡¡ispetar tau varonil o p!ritu, entro todos

lo Prelados tenía por Ken especial ¡j)'edilocción. En la

ocasión presente no era preciso, sin embargo, que el

buen Obispo d spleg·ase toda su elocuencia, pues su

solemne

y

patética exhortación, de tal modo conmo–

vió

á

los circunstante , que algunos de ello

le ere.

y

ron lleno de aquel mismo e píritu que, en los anti–

g uos tiempos, había hablado por boca de

'atán y

Ellas, haci udo pensar en el arrepentimiento

á

los

Príncipes pocadore . Carlos, sin embargo, no se con–

movió, ni hizo Ja menor objeción cuando se leyó el

servicio religio o de los agonizantes . La única re -

puesta que daba

á

las continuas preguntas de los

Prelados era que sentía con toda u alma el mal que

babia hecho,

y

aun permitió que

e le absol iese

scg·ún el rito d

la Iglesia anglicana; pero cuando

l decían que declara e que moría en Ja comunión

do aquella Iglesia, hacia como que no oía,

y

no hubo

( 1) Hnwkins,

Ll/s o{ Ken,

1713,