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LORD MACAULAY.

«¿Traigo mi sacerdote?

dijo el Duque.-Sí,

1 ermano,

re–

plicó el enfermo,

tráelo por Dios,

y

no pierdas tiempo.

Pero ... no; tal vez sea esto causa

de

trastoiwos.--Amiqueme

costara la -r;ida,

dijo el Duque,

he de traer

'<tn

sacerdote."

No era, sin embargo , cosa fácil hallar, en un mo–

mento dado y para tal propósito, un sace:rdote; pues la

ley entonces establecla, que todo el que admitiese un

prosélito en el seno de la Iglesia romana se hacía reo

de pena capital. El Conde de Castel Melhor, noble por–

t ugués que arrojado de su país natal por las contien–

das pollticas había recibido hospitalaria acog·ida en

la Corte británica, trató de buscar un· confesor, para

lo cual recurrió

á

sus paisanos que formaban parte de

la servidumbre de la Reina; mas por desgracia nin–

g uno de aquellos capellanes sabía el inglés ó el fran–

cés lo suficiente para confesar al Rey. Iban ya el

Duque de York

y

Barillon

á

enviar por un clérig·o

á

casa del Ministro venec iano, cuando oyeron decir

que un fraile benedictino llamado Juan Huddleston

se bailaba casualmente en Wbitehall . Era éste el

mismo que, después de la batalla de Worcéster, babia

salvado la vida al Rey arri esgando la

pro~ia·

existen–

da; por lo cual, después de la restauración, habla sido

siempre exceptuado aún en las más ardientes mani–

festaciones contra los sacerdotes papistas; y cuando

los fal sos testimonios habían encendido en rabiosa

furia

á

la nación contra los clérigos católicos, no sólo

hablan dejado tranquilo

á

Huddleston, sino que se le

había exceptuado de la persecución haciendo espe–

.cial mención de su I!ombre

(1).

(1) Véase la

Gacela de Lo»dres

de 21 de noviembre de 1678. Bari–

Uon y Burnet dicrn que Huddleston había sido exceptuado en

todas las leyes que el Parlamento había hecho contra los clérigos;

,pero esto es erró.neo.