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20·

LORD MAOAULAY.

y aun aquellos que menos le querían, preferían su

irreflexión y ligei·eza á la austera y ardiente devoción

de su hermano .

La mañana del jueves 5 de febrero anunciaba la

Gaceta de Londres

que S.

1\1.

seguía bien, y que los mé–

dicos lo consideraban ya fuera de peligTo . Lanzáronse

á

vuelo al egremente las campana , y los vecinos se

prepararon

á

solemnizar tan fausta nueva con ilumi–

naciones y fueg·os artificiales; mas apenas llegada la

noche, súpose que la enfermedad se babia ag ravado

en términos de quitar

á

los médicos toda esperanza

de salvación.

Causó esta nueva g·eneral trastorno, que no llegó

con todo

á

convertirse en tumulto. El Duque de York,

que habí a ya asumido en su persona el mando su–

premo. aseguró que Ja ciudad se hallaba completa–

mente tranquila, y que seria proclamado sin dificul–

tad tan pronto como su hermano dejase de existir.

El Rey entre tanto ·sufria horriblemente, y se que–

jaba de que sentía como si un fuego devorador le

abrasase las entrañas. Nadie hubiera esperado de su

blando y lascivo temperamento el viril aliento con

que soportaba tan terribl es dolores. El espectáculo de

su miseri a afectó á Ja Reina, hasta el punto de hacerla

perder el sentido, y en tal estado fu é t ra ladada

á

sus

habitaciones. Los Prelados que le asistian, y que.desde

el principio Je habian exhortado

á

prepararse á bien

morir, juzgaron ahora de su deber insistir obstinada

mente en esta idea. Guillermo Sancroft, Arzobispo de

Oanterbury, hombre honrado y piadoso aunque de

cortos alcances, se expresaba con g ran libertad.

"Ya

es tiempo ,

decía,

de ltabla1· clM·o, porque estáis

á

punto de

coinpM·ecer ante

1m

J1tez qite

no mira la caUdad

ele

las pe1·–

sonas.

»El Rey no contestó una palabra.

Llegó entonces el

tur.no

á

Tomás Ken, Obispo de