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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

209

Reina ni á su cuñada á quien el Rey había de deber

tan importante servicio. La vida frí vola y entregada

al

vició no habl a exting uido en la Duquesa de Ports–

mouth los sentimientos reJig·iosos, ó al menos aquella

bondad natural que es el más bello atributo de su

sexo. Al irla á visitar Barillon, el Embaj ador francés,

que había venido

á

Palacio á ver cómo seguí a el Rey,

la encontró presa de la más profunda trfateza. Hi zole

entrar en una habitación secreta

y

le comunicó lo que

principalmente la afli gía.

"Tengo que deciros 1ma cosa

importantisima,

le dijo,

q1ie

si

llcgam á salJerse pond1ia en

peligro mi cabeza. Bt Rey es real

y

'Oe1·daderamente cat6lico

y

morirá sin 1·econciliarse con la Iglesia.

S1i

cámara está

llena de clérigos protestantes; yo no p1iedo entra1·

sin

que mi

presencia cause un escándalo; el Duq1w no se oc1qJa más q11e

en

mismo. Ha/Jladle, 1·ecordadle qiie

mi

alma está en pe–

ligro; ahora él es el amo, y puede ltace1· despejM· la cámara;

id en seguida,

ó

serc~

demasiado la1·de.,,

Barillon corrió apresuradamente á la cámara del

Monarca, ll amó aparte al ·Duque,

y

le comunicó el

mensaje de la favorita. Li.i. conciencia de Jacobo le

afeó su conducta,

y

saliendo como de uu sueño decla–

ró que nada podría impedirl e el terminar tan sag-rado

deber, cuyo cumplimiento se habla dil atado en de–

masía. Para llevarlo á efecto varios proyectos fueron

discutidos

y

rechazados, hasta que al fi n mandó el

Duque á los que rodeaban el lecho que se alej asen

é

inclin ándose al oido de su hermano, murmuró alg u–

nas palabras que ninguno de los circunstantes pudo

oir

y

que todos suponian referirse

á

alg ún asunto de

Estado. Carlos con testó en voz intelig ible:

«Sí, sí,

cmi

todo mi coraz6n."

Ning uno de los espectadores,

á

excep–

ción del Embajador fran cés, sospechaba que con

·aquellas palabras declaraba el Rey su deseo de ser

admitido en el seno de la Iglesia católica.

TOMO U.