REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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Reina ni á su cuñada á quien el Rey había de deber
tan importante servicio. La vida frí vola y entregada
al
vició no habl a exting uido en la Duquesa de Ports–
mouth los sentimientos reJig·iosos, ó al menos aquella
bondad natural que es el más bello atributo de su
sexo. Al irla á visitar Barillon, el Embaj ador francés,
que había venido
á
Palacio á ver cómo seguí a el Rey,
la encontró presa de la más profunda trfateza. Hi zole
entrar en una habitación secreta
y
le comunicó lo que
principalmente la afli gía.
"Tengo que deciros 1ma cosa
importantisima,
le dijo,
q1ie
si
llcgam á salJerse pond1ia en
peligro mi cabeza. Bt Rey es real
y
'Oe1·daderamente cat6lico
y
morirá sin 1·econciliarse con la Iglesia.
S1i
cámara está
llena de clérigos protestantes; yo no p1iedo entra1·
sin
que mi
presencia cause un escándalo; el Duq1w no se oc1qJa más q11e
en
sí
mismo. Ha/Jladle, 1·ecordadle qiie
mi
alma está en pe–
ligro; ahora él es el amo, y puede ltace1· despejM· la cámara;
id en seguida,
ó
serc~
demasiado la1·de.,,
Barillon corrió apresuradamente á la cámara del
Monarca, ll amó aparte al ·Duque,
y
le comunicó el
mensaje de la favorita. Li.i. conciencia de Jacobo le
afeó su conducta,
y
saliendo como de uu sueño decla–
ró que nada podría impedirl e el terminar tan sag-rado
deber, cuyo cumplimiento se habla dil atado en de–
masía. Para llevarlo á efecto varios proyectos fueron
discutidos
y
rechazados, hasta que al fi n mandó el
Duque á los que rodeaban el lecho que se alej asen
é
inclin ándose al oido de su hermano, murmuró alg u–
nas palabras que ninguno de los circunstantes pudo
oir
y
que todos suponian referirse
á
alg ún asunto de
Estado. Carlos con testó en voz intelig ible:
«Sí, sí,
cmi
todo mi coraz6n."
Ning uno de los espectadores,
á
excep–
ción del Embajador fran cés, sospechaba que con
·aquellas palabras declaraba el Rey su deseo de ser
admitido en el seno de la Iglesia católica.
TOMO U.