REVOLUCIÓN DE I GLATERRA.
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atribuir la muerte de los Principes, sobre todo si el
Príncipe era popular
y
su muerte inesperada, al más
repugnan te
y
ho1-rendo de todos los asesinatos. Por
esta creencia
fué
acusado Jacobo I de haber envene–
nado al Príncipe Enrique; del mismo modo se dijo
que Carlos I fuera acusado de envenenará Jacobo I,
y
asi también, cuando en tiempo de la República mu–
rió en Carisbrook la Princesa Isabel, se aseguró que
Crómwell babia descendido al repugnante crimen de
se hallaban entonces en su cñmarn. Existen también otras escr i–
tas, si no por testigos presenciales, por personas que tuvieron
oportunidad de consultarlos
y
t!'lner por ellos cuantas noticias
podrían desear . Y sin embargo, quien intente reunir tan vastos
materiales en una narración minuciosa se encontrará con que la
tarea es dificil. Como que ni el mismo Jacobo y su esposa, cuando
refirieron la muer•..e de Carlos
ll
ñ
la.~
monjas de Cbaillot, estaban
conformes en algunos puntos. La Reina decía que después de ha–
ber recibido Carlos los últimos Sacramentos. volvieron los Obis–
pos protestantes ñ renovar sus exhortaciones.
El
Rey docín que
nada de eso habla pasado. •
eguram<>He,
decía:1a Reína,"º'
mi.!mo
m e
lo
habeü diclw .-E• impo•ible que yo haya poc!ido decirlo,
con–
testó
el
Rey,
porquo nada de""º ha pa•adO. •
Lástima grande que Sir Enrique Halford se haya tomado tan
poco trabajo en deslin<lar lo que hul>iern de cierto en los hechos
que j uzgó. A lo .¡ue parece, no tuvo noticia ile la eidstenciade !as
narraciones de Jacol>o. Barillon y Huddleston.
Por ser esl.a la primera ocasión que se me ofrece de citar la
correspondencia de los Ministro s holandeses en la corte de Ingla–
terra, debo mencionar aqui que una serie de estos despachos,
desde el advenimiento de Jacobo hasta su fuga, es de lo más va–
lioso que contiene la colección de Mackintosh. Lo1 despachos
que siguen, hasta el establecimiento clel gobierno
~e
1689, me los
he procur•do en el Haya. Los archivos holandeses apenas han
sido explorados. Ab unrlan en noticias que interesan en el más
alto grado
á
toJo inglés. Están admirablemente arreglados
y
ñ
cargo de caballeros cuya cortesía, liberalidad y celo por los inte–
reses literarios, exceden ñ todo elogio. Aprovecho esta ocasión
para hacer pres<lnte
á
los señores De Jong.i
y
Van Zwanne mi más–
profundo reconocimiento por las muchas atenciones de que les:
soy deudor.