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LORD l\1ACAULAY.

quien pudiera hacerle recibír la Eucaristía de mano

de los Obispos. En vano fué traer una mesa con pan

y

vino al lado de su lecho: unas veces decía que no

había prisa, y otras que se sentía demasiado débil.

Atribuían muchos esta apatía á desprecio por las

cosas divinas, mientras que otros encontraban más

fácil explicación en el natural temor que casi siem–

pre precede á la muerte; pero algunos babia en Pa–

lacio que conocían mejor Ja verdadera causa de la

conducta del moribundo. Carlos no había sido nunca

miembro sincero de la Iglesia establecida, y por largo

tiempo su mente había oscilado entre el Hobbismo

y la religión católica. Cuando disfrutaba de buena

salud y el temor de la muerte no le asediaba, bur–

lábase igualmente de ambas; pero en los momentos

de pelig ro volvía siempre los ojos á la Ig lesia de

Roma. Sabía esto el

Dm~ue

de York; pero .ocupado

únicamente en el cuidado de sus propios inter0::ses,

había ordenado que se cerrasen _las puertas exteriores ,

que en diferentes partes de Ja ciudad ·se apostasen

destacamentos de Ja g uardia, y hasta había obtenido

la débil firma del moribundo Monarca, para un docu–

mento que prorrog·aba el pago de algunos impuestos,

que solo debían satisfacerse hasta la muerte del Rey,

por el término de tres años. Todas estas cosas ocupa–

ban de tal modo la atención de Jacobo, que aunque en

ocasiones ordinari as era hasta indiscreto por su deseo

de adquirir prosélitos á la Iglesia católica, no había

reflexionado que su hermano se hallaba en peligro de

morir sin recibir los últimos Sacramentos. Era esta

negligencia tanto más extraordinaria, cuanto que la

misma mañana que el Rey cayó enfermo , la Duquesa

de York,

á:

petición de la Reina, le babia hecho pre–

sente la necesidad de que no faltasen al Rey los auxi–

lios espirituales. No fu é, sin embargo, á la piados·a

..

..