REVOLUCIÓN DE l ' GLATERRA.
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en la Sala del Consejo ; como que una de las perfec–
ciones del hombre á la moda, en la época de qué se
trata, consistía en poder decir algo respecto de má–
quinas pneumáticas y de telescopios, y que hasta las
damas hallaban de buen tono aparentar afición
á
las
ciencias
é
iban en sus carrozas tiradas de seis caba–
llos á visitar las curiosidades de Gresham, prorrum–
piendo en exclamaciones de so rpresa cuando veían
atraer una aguja con piedra imán, ó aumentada una
mosca, merced al microscopio, hasta el tamaño de un
gorrión (1).
Cierto es que ocu rrieron entonces, en medio de tan
singular movimiento, cual acontece siempre en to–
das las g randes agitaciones del hu.mano espi ritu, mu–
chas co.sas ocasionadas
á
mover á risa, por ser ley
universal que así las empresas como las doctrinas
pierdan, tornándose de moda, parte de aquella ma –
jestad y g randeza que tenían cuando recibían el cul to
que inspiraban por si mismas á pocos, pero discre–
tos adeptos;
y
que las locuras de alg unas personas
que, sin aptitud verdádera para las cienc ias, gustaban
de ellas con verdadera pasión , di ron pie á las burlas
y
sarcasmos de alg·unos satíricos máliciosos que poi·
su edad pertenecían á la generación precedente,
y
no estaban dispuestos á olvidar las lecciones de su
juventud (2).
1
o es menos cierto, empero, que la
g rande obra de interpretar la naturaleza recibió ma–
yor impulso de los Ing·leses de aquel tiempo que de
ning ún otro pueblo en ninguna otra época de la his–
toria. Y como el espíritu de Francisco Bacon , admi-
(1 )
Diario de Pepy•,
30 de mayo de
1661 .
(2)
BuL\er fué ,
á
mi parecer, el único bombre de verdadero in–
genio que entre la revolución y la resLauración di6 muestra de
mala voluntad
á
la nueva filosofía, como se la llamaba entonces.
Veá nse la
Sálit'11
•o~re
lu Sociedad Real
y el
Elefa11le en
la Luna.