REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
129
da, y doce desde Londres
á
Exeter
(1).
De modo que
cada tonelada pagaba
á
razón de quince peniques por
milla; más de un tercio de lo que se pagó después en
los caminos donde había peaje, y quince veces más
de lo que actualmente se paga en los ferrocarriles.
El precio tan excesivo del trasporte, equivalia á una
prohibición, relativamente
á
ciertos artículos. El car .
bón, particularmente, no se veia nunca,
á
excepción
de los distritos donde se producía ó
á
donde se podia
llevar por mar, y de aqui que en el Mediodía de
In–
glaterra se le llamase en vez de carbón de piedra,
carbón de mar.
En los caminos vecinales,. y generalmente en todo
el pais al
orte de York y al Oeste de Exete1·, las
mercancías eran trasportadas por largos tiros de ca–
ballos de carga. Estos fuertes y pacientes animales,
cuya raza se ha extinguido, estaban
á
cargo de con–
ductores que tenian mucha semejanza con los arrie–
ros españoles. El viajero de humilde condición en··
contraba muy conveniente y aun se consideraba feliz
haciendo su viaje en uno de estos caballos, sentado
en.tre dos alfo1jas y al cuidado de
aqu~llos
expertos
guías. Los gastos eran muy reducidos, pero la cara–
vana caminaba muy
de~pacio,
yen invierno el frio era
con frecuencia insoportable (2). Los ricos viajaban ge–
neralmente en sus propios coches, tirados lo menos
por cuatro caballos. El alegre poeta Ootton quiso ir de
{l) Los perjuicios del antiguo sistema pueden v erse expuestos
con notable claridad en las peticiones puhlicadas en el
Diario de
la Cáma•·a de
lo•
Comunea
ele
1725
á
1126.
De la violenta oposición
que encontró el nuev o sistema puede for marse ligera idea hojean–
.do el
Gentleman'• Magazine
de
·1'749.
(2)
Loidia an d Elmete.
Marshall·s,
Rural Economy o[ E nqlan d.
En 1'i99 Rodrigo Random hizo de esta manera el v iajt1 desde Esco–
cia á Newcastle.
TOMO lJ.
9