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REVOLUCI ÓN DE INGLATERRA.

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ches eran demasiado calurosos en verano y muy

fríos

en i nvierno; que los viajeros se verían con frecuencia

molestados por inválidos y criaturas, y, en fin , que

unas veces el coche llegaba á la posada tan tarde, que

era imposible cenar , y otras, por el contrario,- llegaba

tan temprano, que no había medio de almorzar. Tales

eran los arg umentos con que g ravemente se reco–

mendaba al público, el no permitir que las diligen -

cias llevasen más de cuatr o caballos, que no saliesen

más que una vez por semana, y qu e no anduviesen

más de treinta millas al día. Se esperaba que una vez

tomada esta medida, todos, á excepción de los enfer- .

mos y los cojos, volverían

á

viajar á la antigua

usanza. Presentaron al Rey peticiones para la adop–

ción de este Reglamento varias compañias de la

Gity

de Londres, ciudades de provincias, y hasta los ma–

g·istrados de algunos condados.

Al leer hoy estas cosas, nos sonreimos, como es

muy posible que nuestros descendientes, al leer la

historia de la oposición que las preocupaciones y la

codicia hicieron

á

los progresos del siglo

xrx,

se son–

rían

á

su vez (1).

A pesar de los atractivos de los coches volantes, la

gente robu ta y vigorosa y que no tenía mucho equi–

paje, acostumbraba á hacer viajes muy largos á ca–

ballo. El que iba de prisa, viajaba en posta, donde se

le proporcionaban caballos de refresco y g;uías á re–

g·ulares distancias en todo el trayecto del viaje. Se

1 agaba

á

razón de tres peniques por milla por cada ·

(l)

Juan Cresset,

Razones pan• su1.irimir las diligencias,

1672.

EsLas razones se encont raron después en un discurso titulado

The Gt"at1d Concel"I'• o{ England explained,

1613. El ataque de Cres–

set contra las diligencias dió margen

á

algunas contestaciones

que también he consultado.