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LORD MACAULAY.
en número de seis, se acomodaban en el interior dei
carruaje, porque los accidentes eran tan comunes que
hubiera sido muy peligroso el viajar en el imperial.
Lo que generalmente se pagaba eran unos dos pen i–
ques y medio por milla en verano,
y
álgo más de esta
suma en invierno (1). Este modo de viajar, que para
los Ing leses de la generación presente hubiera sido
intolerablemente pesado, parecía
á
nuestros antepa–
sados maravilloso, y hasta peligrosam.ente rápido. :Jl1n ·
una obra, que ;;e publicó pocos meses antes de la
muerte de Carlos II, se decía que los coches volantes
eran muy superiores
á
toda otra clase de vehículos
conocidos en el mundo. Su velocidad era asunto de ·
especial alabanza, y se les comparaba triunfalmente
con la lenta marcha de las postas
U.elcontinente. Pero
á
alabanzas como ésta se mezclaban queja y amar–
gas invectivas . Había perjudicado
á
muchas clases en
sus intereses el establecimiento de nuevas diligencia.,
y, como siempre ha pasado, había muchas personas.
por mera estupidez y pertinacia, dispuestas
á
hablar
en contra de la innovación, solamente porque lo era.
Decíase que esta manera de viajar resultaría fatal
para la raza de los caballos
y
para el noble arte de
la equitación; que el Támesis, que por tanto tieropo
había sido el sostén de muchí imo marineros, no sería
ya la principal vía de comunicación entre Londre
y
Wíndsor y Gravesend; que los guarnicioneros y fabri–
cantes de espuelas se arruinarían á centenares,
y
que
las numerosas posadas donde los viajero acostum -
braban á detenerse, quedarían ahora desiertas
y
no
podrían ya pagar ninguna renta; que los nuevos co-
(1) Chamberlayne's,
S tate o{
E~land,
i684 . Véase también la
lista de diligencias
y
carros al
ftn
del libro que lleva por titnlo
AngliCB Helropolú,
1690.