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LORD MACAULAY.

con toda la pompa de escudos de armas, hachones de

cera y negras colgaduras, basta que el mismo juez,·

que tan cruelmen te se babia opuesto al perdón real,

envió sus gentes

á

impedir que las exequias continua–

sen (1). Hay indudablemente en estas anécdotas g-ran

parte de fábula, pero

es

~n

hecho auténtico,

y

de

no poca importancia, que nuestros antepasados escu–

chaban con g ran atención y prestaban entero cré–

dito

á

tales cuentos.

XXXIX.

LAS POSADAS.

Los varios peligros que cercaban al viaj e:·o, aumen–

taban en g-ran manera durante la noche; por lo que

era su principal deseo, no bien el día t ermin aba, ba–

llar el abrigo de hospitalario techo donde pudiese

es~

perar la mañana siguiente. No era esto difícil de con–

seguir. Desde muy antig·uo era renombrada Inglate–

rra por sus posada. . El primero de nuestros poetas ha

descrito las comodidades que ya ofrec!an

á

los pere–

grinos del siglo xrv. En los g-randes aposentos y ca–

ballerizas de la posada del

Tabard,

en Southwark, ha–

llaron alojamiento veintisiete personas con sus ca –

balgaduras. La comida era excelente, y los vinos de

tal calidad, que los viaj eros no escasearon las libacio–

nes. Dos sig los después, en el rein ado de Isabel,· Gui–

llermo Harrison escri bió una alegre descripción de la

abundancia y de las comodidades de las g randes hos-

(1) Pope's,

Jlfemoir& of Duval.

publicadas inmediatamente des –

l'ués ele le ejecución. Oates's

Elxwv

~(l~tAtxií ,

parte primera.