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LORD MACAULAY.
dad, no por él sino por sus consejeros. Los ambicio–
sos.y codiciosos muy pronto notaron que si habían de
prosperar, mejor lo conseguirí an adquiriendo un dis–
trito y prestando buenos servicios al Ministerio en
una sesión crítica, que convirtiéndose en compañeros
ó aun en favoritos del Príncipe. Por lo tanto ,
á
las
antecámaras, no de Jorge I ó de Jorge II, sino de Wal–
pole y de Pell1am, era donde diariamente acudían en
masa los cortesanos.
Debe también notarse, que la misma revolución
que hizo imposible á los Reyes de Inglaterra seguir
influyendo en el Estado, sólo con el propósito de fa–
vorecer
á
sus predilectos, produjo varios Monarcas in–
capaces por su educación
y
por sus hábitos de ser cor–
teses y afables huéspedes. Habían nacido y se habían
educado en el continente; nunca consideraron
á
In–
glaterra como su patria; si hablaban el inglés lo ha–
cian con poca elegancia
y
mucho trabajo; no llegaron
á comprender nunca el carácter nacion al, y los mo–
dales ingleses apenas intentaron adquirirl os. El más
importante de stls deberes lo cumplían mejor que
ninguno de cuantos les habían precedido, porque go –
bernaban estrictamente seg·ún la ley; pero no podían
ser los prim eros caballeros del Reino, ni los j efes de
la sociedad elegante,
y
si alguna vez querían llegar á
serlo, lo hacían en un pequeño círculo, donde apenas
se vela un rostro inglés, y nunca se consideraban más
felices que cuando log raban escapar, durante un ve–
rano, á su tierra nativa. Cierto que tenían sus días de
recepción para la nobleza y la
gentry;
pero la recepción
.era mera fórmula,
y
al fin llegó á ser ceremonia tan
.solemne como un fun eral.
No era así ciertamente la corte de Carlos II. Wbite–
hall, mientras él vivió allí , fué asiento de las intri g·as
politicas y de la buena sociedad. La mitad de los agio -