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LORD MACAULAY.

XXXII.

WHITEFRTARS.

Fácil nos será imaginar cuál debe haber sido en

tal~

tiempos el estado de los barrios de Londres ha–

bitados por la escoria de la sociedad. Entre estos ba–

rrios uno alcanzó fama escandalosa. En los confines

de la City y el Temple habí ase fundado, el siglo xm,

un convento de frail es carmel itas, que se distin–

g uian por sus blancas capuchas. El recinto de e te

convento había servido, desde antes de la Reforma,

de asilo á los criminales , y aun conservaba el privi-·

legio de proteger á los deudores contra el an esto. De

consig uiente, todas las casas del barrio estaban habi–

tadas, desde el sótano á la buhardilla, por tramposos.

Una g ran parte de éstos eran taimados y libertinos,

á

quienes seguían

á

aquel asilo muj eres de peor condi–

ción aún que ellos. El poder civil no podía mantener

el orden en un distrito habitado de tal es gentes, y

por tal modo Wbitefriars llegó á ser centro favorito

de todos los que deseaban emanciparse de la sujeción

de las leyes.

Aunque la inmunidad que por ley pertenecía al

barrio sólo se extendía á los insolventes, asesinos,

testigos falsos, conspiradores y bandidos l)allaban

ll.lli

refugio,

y

entre una multitud tan desalmada

no se hallaba segura la vida de ningún represen–

tante de ]ajusticia. Al g rito de

¡F{JllJorl

matones ar–

mados de espadas

y

garrotes, y viejas belicosas con

asadores y mangos de escoba, acudían á centenares,