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LORD MACAULAY.

favorita. Era tal la conveniencia de poder reunirse en

cualquier parte de la ciudad y de pasarlas noches en

agradable reunión

á

poca costa, que la moda cundi6

con gran rapidez. Toda persona, así de la alta socie–

dad, como de la clase media, iba diariamente al café

á enterarse de las últimas noticias y á discutirlas.

Cada café tenia uno ó más oradores á qúienes la mul–

titud escuchaba con admiración, y que llegaron pres–

to á ser lo que en nuestros días se ha llamado á los

periodistas, esto es, cuarto poder del Estado. Durante

mucho tiempo había visto la Corte con disgusto el

desarrollo del nuevo poder. Durante la administra–

ción de Danby habiase intentado cerrar los cafés.

pero los hombres de todos los partidos echaron de me–

nos su habitual centro de reunión hasta el punto de

que muy pronto fué universal el disgusto. No se aven–

turó el Gobierno á llevar adelante, oponiéndose

á

un

sentimiento tan fuerte y general, el cumplimiento

de una disposición cuya leg·alidad podía ponerse en

duda. Habían transcurrido, desde que esto sucedió,

diez años, durante los cuales el número é influencia

de los cafés fué creciendo siempre. Los extranjeros.

decían que el café era lo que especialmente distin–

guía

á

Londres de todas las demás ciudades; que el

café era la casa del londinense, y que quien deseaba

encontrar

á

cualquier caballero, no preguntaba ge–

neralmente si vivía en Fleet Street

ó

en Chancery

Lane, sino si iba al café

Griego

6

al

A?·co Í?·is.

1

adie–

era excluido de los cafés, con tal de pagar su penique·

en el mostrador. Y sin embargo, todas las clases

y

profesiones, todas las distintas opiniones, así políticas

como religiosas, tenían sus centros especiales de re–

unión.

Había cafés cerca de Saint James's Park, donde se.

reunian los elegantes, cuya cabeza y hombros cu-