122
LORD MACAULAY.
ban de lodo de pies
á
cabeza, y mientra con id raba
exta iado la magnífica proce ión d l lord 1ayor. lo
ratero exploraban con toda tranquilidad lo bol illos
de su inmenso gabán . Laclrone marcados dc.l látigo
del verdugo, eran para él los má amable caball ro ;
las pintadas mujerzuela , hez y escoria do Lewkn r
Lane
y
Whetstone Park, eran para ' l condesa
y
da–
mas de honor; si preguntaba por dónde s iba
á
aint–
James, lo enviaban
á
Mile -End;
i ntrab
en una
tienda, en seguida le presentaban lo que nadie quería
comprar: bordados que ya habían pa ado de moda,
sortijas de metal y reloj s que no andaban.
'i por
casualidad llegaba á entrar en un
ca~·
elegante, muy
luégo era blanco de las in solencia de lo petirn tres
y
de la aun más grave burlas de los
tudiante .
Furioso y mortificado, reg resaba entone s á su hogar,
donde con el respeto de u
colono
y
la conver a–
ciones de sus alegres compañeros, olvidaba la burlas,
las humillaciones
y
los di gustos qu había sufrido.
Allí creia de nuevo ser magnate,
y
no concebía nada
que le fuese superior, excepto cuando en el tribunal
tomaba a iento en el banco al lado del .Juez ó cuando
en las revistas de la Milicia desfilaba por delante del
lord Lugarteniente.
XXV.
DlFICULTAD DE LOS VIAJE
La causa que ¡¡rincipalmente se oponía á la fusión
de los diferentes elem ntos de la sociedad, era la ex–
tremada dificultad que hallaban nuestros antepa ados
en trasladar e de un Jugará otro. De toda la inven ,
ciones, á excepción del alfabeto y de la imprenta, las