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LORD MACAULAY.
era más que un fanfarrón, se resignaba murmurando
que ya encontraría ocasión de venganza; pero si era.
valiente, el encuentro terminaba casi siempre con un
duelo á espaldas del palacio de Mpntague
(1).
Las casas no estaban numeradas. Cierto que de
poca utilidad hubiera sido el numerarlas, pues que
de los cocheros, lacayos, porteros y mandaderos de
Londres , sólo muy pequeña parte sabía leer. Era ne–
cesario emplear señales que basta los más ignorantes
pudieran comprender, y las tiendas, por lo tanto, se
disting uí an por las pintadas muestras que daban as–
pecto aleg-re y g rotesco
á
las calles. Desde Charing
Cross á Whitechapel había una interminable serie
de
cabezas de suirracenos, encinas ?'ea.les, osos azules
y
cor–
deros dorados,
que desaparecieron cuando ya no hacían
falta para servir de norte
á
la gente del pueblo.
Cuando cerraba la noche, la dificultad y el peligro
de andar por la ci udad subían do punto ciertamente.
Abríanse las ventanas de los desvanes,
y
se vacia–
ban las ag·uas sucias, con muy poco reparo de los que
pudieran pasar por debajo. Las caídas, las magulladu–
ras. y el romperse los huesos ocurrían con la mayor .
frecuencia, porque hasta el último año del reinado
de Carlos II, la mayor parte de las calles quedaron
en la más profunda oscuridad. Los ladrones ejer–
cían su oficio impunemente, y sin embargo aun no
eran tau temibles para los ciudadanos pacificos como
otra especie de rufianes. Era diversión favorita de la
juventud disoluta el recorrer la ciudad durante la
noche, rompiendo los vidrios, atropellando las sillas
(1)
Lettres su•· les Anglois,
escritas
á
principios del reinado de
Jorge III; Swirt·s
City Shower;
Gay•s,
Trivia .
Johnson contaba
'Con frecuencia una curiosa conversación que babía tenido con su
madre acerca de dar ó tomar la acera.