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Entonces el cadáver del ayarachi, como un pe–
sado fardo, se desplomó sobre sus anchas espaldas,
haciendo temblar el piso de la choza.
Salen del patio los
aya1'achis
y se marchan, dan–
zando y bailando en airosas contorsiones y mu–
danzas, al lúgubre tañido y compás de sus enor–
mes zampoñas que lloran con el lamento del vien–
to frío que juega, en esos desiertos, con las ondas
amarillas de la paja brava y quiebra peñas, en las
noches de invierno en que hasta las vicuñas lloran
de frío.
El tenebroso aullido de los canes, que la música
hacía imperceptible, comienza a oírse otra vez ....
Ya la música de los danzantes apenas se per–
cibe. . . . . . Se va perdiendo en lontananza. . . . . y
termina por acallarse completamente cuando pare–
ce que xa llegaron al más próximo y formidable
pico nevado ( riti pichu), donde seguramente debe
encontrarse la puerta del Infierno; pues que el je–
fe
aym:achi
era el mismísimo Apu Súpay (Luci–
fer) ele quien libró a su dueño el señor Gato.
Los rayos del sol naciente hieren apenas las
níveas cumbres cuando el pobre
pa,pel-apa)
vuelto
en sí ele la terrible visión que casi da f in con sus
días, zafa espantado ele la choza y prosiguiendo su
marcha más que ele prisa, se aleja del fatídico si–
tio.
El texto quechua es muchísimo más expresivo
que mi traslado al español.