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Mientras tanto, el
papel-apa,
en el rincón de la
choza, por mas que qui siera hall arse inmóvi l como
un canto rodado, como sintiéndose desfallecer, en–
tra en horribles momentos de convulsión y de mie–
do.
E l jefe de los ayarachis co9e, entonces, a l intru–
so gato y comienza la cuenta ele sus pelos.
Cuenta y cuenta . ...... . Ha contado ya mu-
chos, se equivoca.
Comienza la cuenta otra vez y va contando . ...
vuelve a equivocarse. Nuevamente la inicia; pero,
por más cuidado y atención que pone, yerra y de–
satina y se equivoca siempre.
U na y mil veces comienza otra vez con
el
mis–
mo inútil resultado, mientras los músicos prosi–
guen su infe rnal danza con entusiasmo creciente,
gi rando y g irando, como hojas arrastradas por fu–
rioso torbellino (pilluncuy ).
Firme y f ijo a su cuenta, absor to en ella, el je–
fe
a·yarachi
no ha reparado que ya la aurora, por
el Oriente, comienza a teñir sus albores de rosa
y
oro. En tal momento el gallo del difunto, que sin–
ser vi.sto pernoctaba indiferente tras el fogón, con
un canto e t ridente, rompió el a ire frío ele la puna.
Signo de advertenci a, el canto del gallo sobre–
saltó e hizo extremecerse al jefe
aya1'achi
quien,
a l
iguiente gr ito del ave liberadora de los espec–
tros de la noche, renunció el cuen to de los pelos del
gato. Con di sgusto le arrojó al suelo y, con v0z co–
lérica y atronadora
1
exclama y dice despechado a
su comparsa:
-"V
amos".