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La larga comparsa está ya muy prox1ma. Su
música lúgubre llena el espacio. Por fin , en violen–
ta irrupción, entra)( al patio (cancha) y en raudos
gi ros ele apiñamiento arremolinado ele diabólicos
fantasmas, los labios batientes sobre los tubos de
las
antaras
(zampoñas), sopladas a impulso ele ro–
tundos carrillos, las manos ágiles golpeando febri–
les los graneles bombos (curaj wankar ) y como
ar rastrados por fuerza violenta ele viento furioso,
se dan a un baile impetuosamente desenfrenado.
Pero el jefe de la comitiva musical, se pone de
pié delante ele la puer ta de la chujlla (cabaña)
y
con voz solemne y severa se clirije al muerto y le dice:
-"Difunto
ayarachi,
vamos. Cíñete el bombo y
coge tu antara".
El cadáver del
a')larachi,
como movido por un re–
sorte, se incorpora tórpiclamente ante la intimación
ele su jefe. Estan sus ojos espantosamente fi jos, la
nariz afilada y el rostro horriblemente cárdeno y
macilento.
Súbitamente, como un rayo, el gato del muer–
to que, desapercibido, estuvo oculto junto a l fogón,
al interior de la choza, saltó a la puer ta con tre–
mendos bufidos y, con mueca ele angustia y de ra–
bia, abriendo desmesuradamente el espl"endiclo cris–
tal de sus ojos ( sumaj kkomer nina phinchi j kespi
ñawinta quichatataspa), arqueando el lomo desgre–
ñado y erizando la cola, le dijo al jefe de los baila–
nnes:
- "No te lo llevarás. Es mi amo. Si te obstinas
en hacerlo, pasarás por contarme todos los pelos
de mi cuerpo".