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Una jauría de furiosos perros negros, horri–

blemente espectrales, con ojos coruscantes y vlo–

lencia espantosa, se le viene encima.

La tralla zumbante de su látigo (zurriago) im–

pide que los perros le destrocen y la furia de éstos

arrecia a medida que el exhausto

papel-apa

se acer–

ca hacia la choza.

Por ·fín penetra a l reducido patio de piedras

(cancha) y los perros callan.

adie de la choza si–

lenciosa, a cuya puerta se asoma, contesta a sus

llamadas. Extrañado del silencio, atisba el interior

de la desmantelada estancia y distingue dos bujías

ele sebo colocadas en el suelo, que arden lánguida–

mente, con ll amas agitadas por rachas ele viento

que penetran por la puerta.

La noche está muy lóbrega, espantosa y fría

y

a la luz de un relámpago acaba por ver muy clara–

mente, entre las velas, el cuerpo de un

chati

(

ape–

lativo despectivo que dan al habitante de la puna)

difunto, tendido en el suelo.

Un e tremecimiento ele terror le sobrecoje. Más

comprendiendo que, para volver pronto, colocan–

do su muerto en el suelo y préncliendole velas, los

deudos han salido en demanda del auxilio de sus

distantes vecinos, entra en el lúgubre

y

estrecho

aposento y, acurrucado en una esquina, comienza

a sentirse desfallecer y, por la primera vez de su

vida, experimenta, en su pavorosa soledad junto a

un cadáver, algo así como agujas de hielo que le

recorren el trayecto de sus nervio que se hallan en

estado de tensión extraordinaria.

Distingue al lado del muerto una

istafla

(

pa–

ñuelo de amarrar coca)

y

una botella de alcohol.