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ter guerrero, donde se ha tratado de estilizar los deseos de morir bai–
lando
y
por último la cashua · que es casi la única danza alegre que se
bailaba una vez al año en el Per ú en una fiesta.
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Para ilustrar la parte de la lección en que se refiere a la tristeza y
monotonía -de la música popular del indio, el maestro leyó el cuento si –
guiente de Abraham Valdelomar, titulado:
EL CANTOR ERRANTE
"Chasca avanzaba silenciosamente por el borde de los sembríos. El
·cielo principiaba a oscurecer. El Sol habíase dormido sobre el mar le–
jano, y él debía estar en el castillo entrada la noche. Tenía prisa para
poder hacer la caminata en seis hcras. Como tuviera que sa ltar muchas
vallas, Chasca salió de los sembrados y se internó por un sendero poco
traficado, sin embargo, iba encontrándose en el camino con gañanes re–
zagados que caminaban a prisa, temerosos de
ll egar a sus terrados de–
masiado tarde.
Bien pronto tuvo que ocultarse para no encontrarse con un grupo nu–
meroso que comentaba la cacería de Makta-Sumac. Los hombres acalo–
radamente discutían
y
habl aban de los destinos y de los oráculos. Chasca
salió cuando hubo pasado el último quechua. Ya era de noche y· el si–
lencio reinaba en todo el Imperio. El viejo guerrero cami naba de prisa.
Tenía que concluir el sendero y cortar luego haci a el lado del río, luego
subir por .el camino de la orilla hasta el puente
y
pasarlo, para inter–
narse en el vallecito en cuyo fondo se elevaba el castillo del nobl e joven.
Al acercarse a!
río}
principió a percibirse el
ruido del agua desga–
rrándose entre los peñascales, y serpenteando entre ese ruido, un eco
apenas perceptible, suave como un suspiro, el eco de una música lejana.
Chasca no reparó; mas, a medida que se acercaba a la caja del río, las
notas, entre el ruido rocalloso, se hacían más perceptii>les. Era como un
quejido sin reproches, un dulce lamento, un dolor supremo e
inconso~a
ble, que llegaba a los ojos y les robaba lágrimas, que se filtraba entre
los huesos y abría el pecho a todos los dolores pasados.
A medida que Chasca avanzaba, lo envolvía sin querer!o, esa música
evocadora inconsciente; evocaba el indio guerrero sus pasados dolores y
sus lejanas y tristes alegrías esfumadas ya; veía pasar sus años de niño,
jugando en los moldes de tierra junto al arroyo que humedecía la here–
dad; veía desfílar con sus padres a sus amigos niños, luego su ingreso
en la Escuela de las Armas, su viaje en los ejércitos de! Cuntisuyu y con
el noble Huayna-Capac, sus hazañas guerreras, sus títulos dados por el
Inca de general del Imperio, sus amores muertos, sus riquezas amonto–
nadas, sus mujeres olvidadas o muertas y sus setenta raymis noblemente
llevados y respetados en el Imperio. El nunca se había acordado de su
vida pasada. Tenía e! presentimiento del futuro, más ahora ese sonido
de flauta lejana, en una noche de sacrificio a la Luna, en medio de un
campo silencioso
y
grande, le hacían pensar y le obsesionaban.
¿Era su alma dispuesta al
dolor,
que se impresionaba cori un cantar
de guerra? ¿Era un gran artista capaz de hacerlo sentir
y
provocar esas