es descensíónal?. lPor qué no vamos de una vez a la extirpación de los
dialectos, implantando la he(lemonía idiomática del ca¡·tellano?.....
I
si el castellano es
in~uficiente
para explicarnos la cultura actual¿no
sería
mene~t~
r aprender inlllés, frances , alemán y otras lenguas cul –
tas?.
¿Donde está ahora la riqueza del quechua?. ¿Lo único que queda de
él en gran parte del Perú no son rezagos dialectales que estropean el
castellano e1. alr;runos lugal'es de la sierra, deYolviendo maltratadas sus
palabras f)restadas?.
Es tal la anarquía de los quechuistas por un lado, y la candorosidad
por otro que se ha querido Jlegl\r al extremo de e'>tablecer un ..Alfabeto
- Syentífico Ke,hWd•aymara" y que segun el autor "este alfdbeto, selejsyo·
nado en íntima relasyón con el eastellano pwede qonsiderársele como
trilingwe
o
sea de igwal apliqasyon al castellano, al inqa o ke8hwa
y
al
aymat·a tal c0mo lo ablamos aora en el Perú", como si hubiera un que·
chua
gener~tl
por lo menos en la mitad de la República y como si los diver·
sos dialectos no diferieran tanto en su fonét1ca , semántica y n.orfologia.
Quizá con r;rran-trabajo se pod ría aplicar a una mínima eircunscrip·
ción terntorial y conserVs.dorista. P¿rc ¿para qué ese empeño?. ¿No per·
tenece el 50
O
lo. de palabras- castellanas a los dialectos se¡run este mismo
awtor, como queda dicho en otra parte de este trabajo?
Otro cargo de conciencia y alta resposabilidad .1acional es. permitir
que nuestros semejantes, constltutdos por masas indír;renas y campesinos .
peruanos "iletrados" hi.blen mal o no hablen nada de castt"llano, encon '
trándrse en la condición de un salvaje que no tenga para expresarse otro
medio que dialectos, introciendo la onomatopeya y las interjecciones para
suplir la ausencia de categorías abstracta!' en el vocabulario, destru–
yendo lo formal
~·
lo lóllico, y a manera del niño desarticulándolas. "Es a·
caw la mentalidad del salvaje desarrollada en una lengua de civilizados
por la interdicción del vocabulario en el folklore de los campos, caso de
toda lenllua rural"?.
Aquí debe comenzar la labor de la escuela que es la llamada a es–
forzarse en la batalla dialectal cuando encuentra al niño indígena, desper
tandole interés de que hable el castellano, "que desde su humilde cuna
ne ha podido oír siquiera li¡reras palabras de castellano de la nodriza pa–
ra adormecerlo; le ha bastado sólo el ritmo de la madre que lo lleva a la
espalda" acompañado de ruidos grótescos de
lv~
labios, cuando no redu
cidos por el miedo al "cuco", los "achachais", fantasmas, etc. etc.
Felizmente, no deja de haber ya niños que sienten el rubor ante el
dualismo idiomático, o sure-e el horror de protesta cuando no comprende
el castellano.
Recuerdo el caso conmovedor de la respuesta de un niño. lnterro·
!lado por qué no iba a la escuela,su respuesta se sintetizó en algo que des·
(larraba el corazón del maestro
de
verdad, y se comprende que era toda