desaprensiva alegría. Del claustro a la calle, con los puños apretados
y una canción vibrante en los labios, o una sutileza que florece en
carcajadas, o una burla que hace brincar a los déspotas y despierta
sus cóleras primitivas. Y como éstos no saben responder sino con
balas .
..
Pues balas y sangre. Masacres de la juventud. Está bien.
Pero la juventud se ha impuesto. Habrá siempre de imponerse, porque
ella habla y obra y se sacrifica por la justicia.
Y los políticos lo saben ya. Cuando los estudiantes han tomado la
palabra, es que comienza el fin de alguna trapacería. ¿Qué ha de
terminar en sangre? Sí: en sangre y restauración de la Ley. Los
muchachos no dosifican su generosidad, ni su denuedo, ni su des–
precio. Y cuando ha terminado la tragedia, tampoco se disputan las
miajas del banquete al cual se sientan los profesionales de la política.
Nada de eso. Vuelven a sus estudios como quien vuelve 'de haber
cumplido un deber ineludible .
..
Por esto, y por mucho más, el pueblo, el verdadero pueblo, los quiere,
y cuando inician una marcha, les sigue sin vacilar.