maestro. Se separaron, pues. Acaso la es–
casez de recursos tomó parte en ello.
Más tarde, brindáronle, además de amis–
tad, ciertos conocimientos técnicos, dos mú–
sicos de prestigio: don Luis y don César
Núñez del Prado.
Y:
después, un profesor
alemán llamado Carlos Noujaus, con quien
pudo estudiar ap·enas unos meses, pues nue·
vamente se interpuso la pobreza.
A partir de entonces, resolvió formarse
a sí mismo. Solo. Y a fe que venció, sin
más auxilio que su tenacidad y a despecho
de su enfermiza constitución. Y al par que
hacía, penosamente, estas adquisiciones,
buscaba sus recursos de vida copiando mú–
sica por encargo, templando pianos, haeien·
do transcripciones. Simultáneamente prose–
guía sus estudios en la Facultad de Herecho,
donde pronto coronaría sus estudios, asun·
to que no interesa a estas líneas, consagra·
das al gran músico.
Luego vino su noviciado como profesor.
Enseñó gratuitamente a sus amigos y en
algunos colegios. La suerte continuaba,
pues, burlándose de él. Si se quiere una
prueba más de ello, ahí va. Salmón fué
nombrado profesor de
Histo~ia,
de Geogra–
fía, de Matemáticas. . . De todo, menos de
música. Pero él, para desquitarse de estas
ironías, íbase a la Merced, a los pies de la
Virgen, a ofrendarle sus místicas cantilenas
y sus himnos de alabanza, ayudado por las
dulces voces del armonio.
Y el compositor iba llegando a las ple–
nitudes de su producción. En ésta, volcá–
base auténticamente el estado emocional del
artista. Melancolía casi perenne: música
sentimental, canciones, marchas y fantasías
fúnebres. Entre ellas, recuérdase "Pablo
Sotomayor", dedicada a la memoria de un
militar que fuera asesinado por Melgarejo
en un viernes santo. A ratos, la Patria co·
braba su imperio sobre aquella alma, y
de ésta brotaban entonces los acentos he–
roicos. Y en sus horas de tranquilo reman·
so, el contacto con los maestros universales
de la música.
Estando en ésas, el
Ateneo Literario
con·
vocó a un concurso de
po·eta~
y músicos. Y
allí estuvo Eloy Salmón con su
Himno Pa–
ceño,
compuesto sobre versos de Ricardo
José Bustamante. Fué premiado, y el es·
treno constituyó un acontecimiento clamo–
roso ...
El artista se enfermó. El éxito había
golpeado demasiado fuerte a su delicada
sensibilidad. Así era su temperamento: pró–
ximo a los desequilibrios del genio. Empero
había traspuesto ya los umbrales de la in–
mortalidad. Su nombre y su obra, habrían
de eternizarse encarnados en las inquietu·
des del pueblo paceño.
Nació en Chulumani en 1821.