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EL HIMNO

PACENO

por

ALFREDO GUILLÉN PINTO

16 DE JULIO DE 1863.

L

A

ciudad estaba de fiesta. Ataviada

de sol y de banderas. El pueblo

volcábase sobre las plazas y calles

centrales, a gritar su emoción y renovar sus

vítores y glorias, invocando el recuerdo de

los varones que se ofr·ecieron en sacrificio

por hacer de la América tierra de hombres

libres y de julio el blasón de La Paz. ·

Cincuenta y cuatro años desde el día de

la inmolación. El comienzo, apenas, d.e la

inmortalidad. Pero, a esa distancia, a los

héroes que sufrieron martirio no se remem–

bra ya con la oración y el gesto contritos,

sino con canciones que celebran su gloria

y exaltan al pueblo que los engendró. No

es ya el homenaje a los despojos humanos,

sino el saludo a la eternidad: más alJá de

la carne y más allá del bronce.

Eso es lo que hacía la urbe paceña du–

rante aquel 16 de Julio. Lo que hace cada

año: renovación de una fe hecha virilidad;

juramento interior de inmolarse nuevamen–

te si la Patria y la Libertad lo requieren.

¡Tantas veces lo hizo ya!

Pero el 16 de Julio de 1863 llegó tra–

yéndole, además, un regalo de extraordi–

nario valor: el

Himno Paceño,

que se aña-

diría, en el cuadro de las emociones co–

lectivas, como un formidable inductor de

civismo y

el

ritmo perpetuamente marcial

de un pueblo cuyo destino es vencer.

Fué entonado, por primera vez, hacia el

mediodía, en el salón de la Universidad.

El local resultó insuficiente. La muchedum–

bre, apiñada en ia puerta, aguardaba ner–

viosa la hora de los primeros acordes. An–

tes fueron los

discur~os.

Se habló de soli–

daridad americana, porque precisamente

en aquellos instantes, la independencia de

uno d·e estos pueblos, la de Méjico, logra–

da a precio de mucha sangre y de heroísmos

incontables, hallábase en peligro. El ilus–

tre polígrafo José Rosendo Gutiérrez hizo

el elogio de la nación azteca y el de J uárez

su paladín.

Y luego vino el himno inmortal ...

Formaban el coro numerosos caballeros

y señoritas, cuyos labios fueron los prime–

ros en modular las gloriosas estrofas de

Ricardo Bustamante engarzadas ·en música

de Eloy Salmón. El poeta las recitó, ade–

lantándose a los preludios. Siguiéronle el

músico y los cantores ...

La emoción, en forma de un estremeci–

miento, onduló en

el

seno de la concurren–

cia, haciéndola estallar en un delirio d<>

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