nientes se vieron obligados a lograr del rey
Carlos 111 la cédula de
28
de enero de
1782,
que creó la Intendencia de La Paz,
con el fin primordial de vigilar a las au–
toridades cabildantes, limitando sus fueros
y
enc~uzando
su lealtad a la Corona. Y la
Intendencia alcanzó prosperidad, hasta ha–
cerse opulenta, mientras el Cabildo, cons–
ciente de su fuerza y de sus responsabili–
dad·es, se impuso al respeto de obispos e
intendentes y hubo de actuar sofrenando
a quienes conculcaban los fueros popula–
res. Ya en
1783
surgió la chispa de la li–
bertad y el Cabildo paceño orientó su rum–
bo derechamente a la r·epública municipal,
constituyendo entre sus miembros una ver–
dadera junta revolucionaria.
111
En la preparación de las revoluciones por
conquistar la independencia, la Comuna pa–
ceña comenzó a jugar un papel decisivo des–
de
1783,
mucho antes de
1805
en que alum–
bró la llamarada de La Paz y Cuzco para
extinguirse inmediatamente. En este último
año, el Cabildo aparece vinculado con los
conjurados de ambas poblaciones y sola–
mente la serenidad de Pedro Domingo
Mu~
rillo pudo salvarlo de momento. Ya se sabe
que la conjura de
1805
había proclamado
la autonomía municipal y preconizó la evo–
lución· del Cabildo hacia una república
parlamentaria. Igualmente, que el plan pro–
pugnó la confederación de cabildos, esbo–
zando la organización de verdaderas repú–
blicas municipales, con propia autonomía
y administración, de todo poder nativo y
foráneo; y con este paso los hombres de la
época se
h~n
revelado como estadistas d·e
ideas orgánicas y avanzadas.
El
30
de marzo de
1809,
día de jueves
santo en que el pueblo visitaba los templos,
el Cabildo estaba alerta para el ·estallido del
movimiento de rebelión y el alcald·e provin–
cial, don José Ramón de Loaiza, se encon·
traba en contacto con el jefe de los insur-
gentes, Pedro Domingo Murillo, habiendc
los cabildantes adoptado diversas medidas
tendientes a asegurar el éxito del golpe; pe–
ro una vez más tuvo que ser aplazado el esta–
llido. Los dirigentes no se proponían consu–
mar una simple algarada, para exteriorizar
el descontento de los paceños, sino intenta–
ban ejecutar una revolución cuyas proba–
bilidades de éxito fuesen mayores, conscien–
tes de su responsabilidad por el porvenir
de la tierra hogareña. Fué ésta una con–
jura comunal, delineada en los co:mités se–
cretos, cuyos perfiles sociales y políticos
habían sido trazados con maestría y en la
que prevaleció una visión que sólo era po–
sibl-e en sociedades muy evolucionadas. No
ha sido el temor que paralizó entonces a
los complotados sino las noticias transmi–
tidas de Buenos Aires, que los alcaldes,
Yanguas y el provincial Loaiza, se apresu–
raron a comunicar a los patriotas, a fin de
que aplazaran el hecho para una oportuni–
dad mejor. El Cabildo de La Paz negó ca–
tegóricamente el reconocimiento del virrey
D. Baltasar Hidalgo de Cisneros, observan–
do los documentos procedentes de la ciudad
de Buenos Aires, y en esta oportunidad D.
Basilio Catacora Heredia demostró. la inde–
pendencia de la comuna local, con sólidos
principios que en sí contenían los vértices
de la ideología revolucionaria.
En el intento del
24
de junio d·e
1809,
en
que la impaciencia de los patriotas iba pa–
ralelo con el estudio de los aspectos funda–
mentales ael golpe en sus múltiples proyec–
ciones, se perfiló nítidamente el plan de
gobierno sobre bases fundamentales de
avanzado idealismo, y en las juntas seeretas,
celebradas antes de ese día, ya se advirtió
claramente que había alcanzado su madu–
rez el movimiento insurrecciona! y era pru–
dente no diferir más la empresa de la pro–
clam{lción del nuevo orden. El estallido se
había frustrado sucesivamente en
1805,
el
30
de marzo y el
24
de junio del año
1809,
tres hitos del largo camino a la indepen–
dencia, en aquellos días en que un aviso
de prudencia aconsejaba no arriesgar un
272.