que husmean en barrios y ferias, como lo–
bos al acecho de la presa. Ha visto cómo
azotan a un mitayo escapado a las bocami–
nas de Potosí")' tiembla, con el frío glacial
de las minas de Chicani y Chuquiaguillo;
se conduele por las heridas que el látigo ha
abierto, como surcos, en la piel d·e bronce,
y calma la sed del esclavo con el agua cris–
talina que resbaló de la cordillera cuajada
de nieve. Mentalmente se burla de la s-erie–
dad de los trajes de chapetones e intuye
bajo su sombrero de tres picos la inquietud
que les da vueltas y vueltas, como una ob–
sesión. Sospecha que más allá de las mon–
tañas del paisaje urbano existe un mundo
sin chapetones orgullosos ni envilecidos
indios, sin criollos ansiosos de escarmiento
y desquite. En sus años mozos el criollo ya
· alienta impulsos de ser un instrumento del
destino, para redimir a sus hermanos, y le
quema la estirpe de la sangre, identificán–
dose con la ciudad que le ha dado su cora–
je y
~liento,
como la loba amamanta a sus
lobeznos en la hora primigenia de Roma,
y alterna los epigramáticos pasquines clava–
dos en los muros macizos de la aldea con la
interpretación de las leyes de Castilla y el
cedulario de Indias que conoce como pocos,
en cuyos infolios apolillados figura el ca–
tálogo de las mercedes o gabelas que han
creado jurisconsultos muy tiesos a nombre
del rey. La ciudad le ha dado todo esto y
ella cumplirá los d·esignios históricos en la
madurez del genio que ha creado. Encuen–
tra pequeño el mundo que antes le parecía
muy grande y escucha todos los rumores,
oye los lamentos de los esclavos, sabe que
la tierra fué usurpada, robados los santua–
rios, profanados los sepulcros, arreados los
ganados y que las mozas guapas pagaron
el tributo de su carne morena a los tercios
de buscones y aventureros. Conocía que los
usurpadores amontonaron oro y "rosiclers"
para llevar ·este botín a la península repleta
de cortesanos y traficantes y que el destino
de los parias americanos era trabajar sin
tregua ni descanso, para sostener la opulen–
cia de los dominadores y deslumbrar la co-
dicia de los amos d-el mundo lejano que
sólo conocía por su incolmable voracidad.
Y así preparado para la hora terrible, se
encaminó al encuentro del momento culmi–
nante de su vida
trágica~
tuvo la cita con
- el destino el 16 de julio de 1809, para ser
glorificado el 29 de enero de 1810, colgado
su cuerpo material en la horca, en la ciu–
dad natal que fué escenario de su vida, de
su muerte y ·de su gloria; pero su espíritu
vinculado al Cabildo paceño, que le ha nu–
trido con altivez y sabiduría, vive y vivirá
·en la conciencia continental como un sím–
bolo de la patria que todos hemos forjado,
manteniendo nuestra lealtad a la Democra· ·
cia que fué la gran obra de esa existencia
y que es ahora el indeclinable mandato
proyectado en la posteridad.
IV
La.comuná de La Paz, depositaria de tan
preclaras tradiciones, ha seguido teniendo
un papel muy destacado en la vida re–
publicana, tan pronto que, proclamada la
independencia del nuevo -estado, los hom–
bres dirigentes se
~ntregaron
a la ardua
tarea de organizar las primeras institucio–
nes. Los concejales, con raras excepciones,
han continuado la trayectoria del antiguo
Cabildo de la Intendencia de La Paz que
tan notable cometido tuvo durante la revo–
lución y en la guerra de la Independencia,
y aunque por lo general actuaron limitan–
do su pensamiento y acción por el forcejeo
de los partidos políticos, mantuvieron para
la Comuna el prestigio alcanzado, fortale–
ciendo el baluarte de las libertades popu–
lares, puesto que el municipio tiene cons–
tante contacto con todas las clases sociales
y se inspira en su voluntad.
El primer paso serio que dió el general
Antonio José de Sucre, vencedor de
Aya~
cucho, al llegar al territorio alto-peruano,
fué
preparar la asamblea de los Cabildos
de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Po–
tosí el
P
de enero de 1825, con cuyo con-
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