los hechos y por la evid·encia de una igual
capacidad de los sometidos.
No faltó en aquellas previsiones el es–
quema de una economía sorprendente, el
optimismo culminando en el sacrificio a la
ñora decisiva, pues se descubre claramente
que la prosperidad de la opulenta Inten–
dencia de La Paz favorecía los planes de
liberación, porque solamente los hombres de
holgada economía eran capaces de discernir
libremente sobre los problemas públicos y
columbraban mucho mejor el porvenir. Se
puede afirmar que el municipio paceño ha
creado una fuerza social cada v·ez más cons–
ciente y efectiva, perfeccionando el ideal
de igualdad, libertad y justicia que hoy
impera, aunque a prueba de momentáneos
colapsos; y que las demás instituciones o
poderes, legislativo, ejecutivo y judicial,
han tenido que tomar de la comuna deriva–
ciones sustanciales, habiéndose inspirado en
la organización del Cabildo paceño para
desarrollar plenamente sus actividades y en
la formulación de lQs principios.
La actual tendencia dominante es conce–
der a las comunas, no como una graciosa
merced, la autonomía que necesitan para
desenvolver orgánica ·e integralmente los
planes urbanos, en los complejos aspectos
que comporta la vida comunal moderna.
Por esto, cuando el poder central se afana
en supeditar la comuna a sus cálculos de
p1·edominio, el pueblo de:fiende sus fueros,
dispuesto a no t'ransigir sobre su inviolable
validez; por lo mismo, las comunas, pro–
fundamente arraigadas en las tradiciones y
costumbres del pueblo, viven y se desarro–
llan con el aliento popular que les da el
calor de los hechos y las ideas compartidas
entre hombres que se reconocen como ele–
mentos afineS; constitutivos de la unidad
psíquica que siente, piensa y obra con el
alma inmortal de las sociedades seculares.
Y así, entre nosotros la comuna de La Paz,
que se empleó a fondo por conquistar y de–
fender la libertad de sus miembros y la
prosperidad de la masa, tiene que seguir
alineando en las filas de la democracia uni-
versal: si ayer dió su sangre por consolidar
la independencia de los ciudadanos hoy re–
clama que los habitantes del grande hogar
urbano la respalden, para no perder prerro–
gativas conquistadas a tan alto precio; por–
que sólo así defenderá sus legítimos privi–
legios. Y ahora que las grandes ciudades,
cerebros del mundo donde se elabora el
pensamiento universal, dirigen la voluntad
de las naciónes civilizadas, los municipios
han alcanzado tanta influencia que sería di–
fícil, si no imposible, prescindir de ellos al
forjar el destino humano. La actual civili–
zación encumbra a los municipios y les
asigna un inmenso poder que irradia cul–
tura, no solamente en el territorio de la
nación pero sí más allá de ·las fronteras
morales y materiales, como un superestado
hecho de sugestión y grandeza. Éste es el
hecho innegable y categórico de nuestro
tiempo y es alentador comprobar que tan
sencillos y primitivos núcleos comuna]es se
hayan encumbrado hasta gobernar a los
pueblos, exaltando su vocación y destino
para rehacer la historia.
En los cuatro siglos transcurridos desde
la fundación de la ciudad de La Paz, el
pueblo ha logrado formar una comuna de
singulares contornos, cuya primordial res–
ponsabilidad radica en el hecho de ser
de–
positaria de tan magnas tradiciones que
nunca ya le será permitido enajenar; por–
que esta tierra americana, de cuya entraña
slffgió el primer grito libertario, "pueblo
primogénito de la libertad americana", se–
gún la certera frase del Mariscal de Aya–
cucho, Antonio José de Sucre, estampada
en la. nota que dirigió de Chuquisaca a la
"Muy Ilustre Municipalidad de la Benemé–
rita Ciudad de La Paz", el 26 de mayo de
1825,
aspira a seguir si·endo cabeza de na–
ción y hogar de cuantos vengan a ella, para
sumar su concurso en la prosperidad de
una Bolivia futura no definitiva ni perfec–
ta, puesto que la perfección no existe en el
incesante proceso histórico, pero dtieña de
su voluntad y soberanía en los años y siglos
del tiempo y la po'stÓridad.
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