historia en la categoría de los acontecimien–
tos comunes; es decir, un grande hogar
formado por sucesivas generaciones, cada
una de las cuales ha dejado en un barrio,
en la zona, en las obras ejecutadas, heren–
cia que las nuevas generaciones van reco–
giendo paulatinamente, para que lo tradi–
cional cobre relieve y dé contenido a la
personalidad colectiva. Es muy cierto que
la ciudad tiene que ofrecer comodidades ma–
teriales, como amplias vías públicas donde
cotidianamente se canaliza la actividad de
la población, viviendas salubres, extensas
áreas verdes, avenidas o arterias de descon–
gesti9n, parques de belleza tal que imiten los
encantos de la naturaleza, del campo; pa–
lacios, museos, monumentos y servicios de
limpieza, abastecimiento y transporte; pero
con solamente esto la ciudad mejor planea–
da no podrá tener rango histórico ni per–
sonalidad si es que no da importancia al
espíritu, al pensamiento y, en resumen, a la
cultura que es algo así como el perfume
a la flor.
No se puede tener una ciudad absoluta–
mente nueva, trazada y construída conforme
a los principios urbanísticos, porque las
grandes capitales que en el mundo existen
son creación de muchas g·eneraciones y no
de un pueblo que quiere _darse la ciudad
ideal, dotada de medios depurados, al gus–
to y estilo ambientales, coetáneos. Esto, con
ser tan lógico, ofreoería ciudades de meras
estructuras materiales sin alma, sin volun–
tad ni conciencia común. Es indudable que
todo lo nuevo, como e,xpresión de la ciencia
y el arte del urbanismo tiene que s·er com-
•· binado con los ingredientes vernaculares,
conservando sobre todo la originalidad del
paisaje y las tradiciones, para que se for–
me una ciudad r·ealzada por la magnificen–
cia del paisaje al que se ha dado los reto–
ques de la ohra humana, si posible artística.
La ciudad civilizada, en el sentido de los
modernos servicios, tiene que alentar un
ideal superior que dirige las manifestacio–
nes mentales, en cuyo vértice se halla la
Universidad y luego los planteles de ense-
ñanza o centros de cultura que no sólo
guían y preforman el sentimiento del pue–
blo~
porque crea la emoción nacional como
sujeto de la historia.
Aunar la utilidad con la estética es en–
tonces el principio normativo fundamental.
El hombre de la ciudad quiere movers·e en
un paisaje grato a su gusto, donde pueda
gozar de la relativa libertad que la convi–
vencia urbana impone; persigue también
lo que se llama el anhelo de evasión al cam–
po por medio de las ficciones urbanas que
le traen ..la naturaleza a modo de parques,
áreas verdes, a donde acude semanalmente,
libertándose de las sombras del tugurio o
de los edificios urbanos donde con frecuen–
cia falta la luz, el sol y las fruiciones de
la naturaleza circundante, que es lo carac–
terístico del campo.
Esta te11dencia a involucrar la naturale–
za alejada de los centros urbanos en el co–
razón de la ciudad, en forma del gran par–
que con césped, senderos, esp·ejos de
agua~
cascadas, follaje, sombra y fresco, juega un
papel esencial en la formación de las ciu–
dades; si es que no predomina la otra
te~dencia a ampliar el radio urbano, invadien–
do el campo aledaño para incorporarlo al
sistema en una absorción cada vez más pe–
ligrosa, puesto que ap.ula la economía po–
tencial de la campiña productora, con-todas
sus deplorables consecuencias.
Pero donde la vida de la ciudad cobra
una importancia capital, puesto que · exalta
la jerarquía del pensamiento, es en los- me–
·dios y manifestaciones de la educación y la
cu1tura, en que se elabora cada día el des–
tino superior de la nación. Y por esto, entre
los afanes del urbanista y la acuciosidad
de las autoridades edilicias salta la urg·en–
cia de facilitar al pueblo los medios más
eficaces, para qué surja vigoroso el pensa–
miento urbano y se capacite para dirigir la
mentalidad nacional.
La ciudad de La Paz ha seguido las
lí–
neas generales de esta evolución y por ello
ofrece el contraste de los barrios de fuerte
tradición junto a los modernos..Lo mismo
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