golpe atolondrado, pero sí r·eunir toda la
fuerza moral y material preparada, a fin de
descargarla sobre el régimen colonial.
El juramento que prestaron los conjura–
dos remachaba la eficacia de las reuniones
secr-etas, porque ya s-e presentía inminente
la hora solemne de la historia tan afanosa–
mente esperada en quince años de prepara–
ción. Y así el Cabildo de La Paz afrontó
con las fuerzas espirituales qu·e el pueblo
respaldaba, el acontecimiento más singular
y trascendente de la historia americana el
día 16 de julio de 1809. La noche de este
trágico y glorioso día, sonó al fin la cam–
pana del Cabildo, llamando al pueblo para
que deliberase sobre su futuro destino; por–
que estaban rotas las ligaduras de la Co–
lonia con la metrópoli a causa de la insur–
gencia consumada, y el pueblo acudió en
masa, iniciando las memorables deliberacio–
nes a Cabildo abierto; es decir, dictando los
términos y condiciones que .los cabildantes
debían ejecutar como· fieles repr·esentantes
de la voluntad del pueblo paceño, en cuyas
apretadas filas, junto con la responsabilidad
-del hecho surgía la
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futura grandeza de la
obra iniciada, llena de majestad y grávida
de destino.
En las horas culminantes de este día el
pueblo pide y el Cabildo ordena la deposi–
ción de las autoridades: el gobernador Dá–
vila, el obispo La Santa; exige, y así dis–
pone, que se haga la entrega de las llaves
de las arcas reales; el capitán de la sala
de armas entrega las llaves al nuevo co–
mandante de la plaza, D. Pedro Domingo
Murillo, la real renta de correos pasa a
poder de un insurgente y todo se hace con
la febril agitación de los momentos supre–
mos. Propone, y el Cabildo accede, que
.~e
haga la entrega de armas; los europeos
concurren a prestar juramento de fidelidad
al nuevo gobierno, y declara sin efecto'' ios
monopolios 'de carbón, sal y jergas. En los
ardientes debates, desordenados si se quiere
pero llenos del espíritu nuevo, ya se habla
de la Junta representativa y del plan de
gobierno. Al día siguiente el Cabildo
anuncia al pueblo congregado en la plaza
de armas que ha resuelto dirigir al Virrey
y a la Real Audiencia los avisos del pro–
nunciamiento y refirma la orden de en–
tregar armas bajo severas sanciones, acor–
dando también el inmediato reclutamien–
to de tropas para defender la revolu–
Cion. El Cabildo notifica a los sub–
delegados haberse hecho cargo de la go–
bernación de la Intendencia. Prestan jura–
mento los europeos resid·entes, ofreciendo
defender a Dios y a la Patria, sin hacer
mención del Rey, con lo que se les desliga
de la fidelidad de los vasallos al soberano,
y ·este solo dato basta para ilustrar mejor
el comedimento con que los revolucionarios
aparentaron defender a Fernando VII.
El Cabildo supo colocarse a la altura de
los acontecimientos y los hombres integran–
tes de él tenían ciertamente la talla de su
enorme responsabilidad; obró con mesura,
dignidad y acierto, en circunstancias excep–
cionales, adoptando todas aquellas medi–
das que aconsejaba la prudencia, pero dan–
do patent·es pruebas de una mentalidad vi–
gorosa y despierta en lo concerniente a la
nueva tendencia social y política que en
esos días de confusión y oscurantismo se
abría paso, todo lo cual demuestra la clara
inteligencia d·e sus destacados miembros.
He aquí el cuadro de honor, inscrito con
sangre ante la posteridad en el frontispicio
de la revolución:
Alcalde de primer voto, D. Francisco
Yanguas Pérez; alcalde de segundo voto, D.
José Antonio Di·ez de Medina; alcalde pro–
vincial, D. José Ramón de Loaiza; alférez
real, D. José Domingo de Bustamante; re–
gidores, D. Mariano Castro, D. Juan Bau–
tista Sagárnaga, D. Manuel Victorio García
Lanza, D. Mariano Ayoroa; asesor, D. Bal–
tasar Alquiza; escribanos, D. José Genaro
Chávez de Peñaloza, D. Juan Crisóstomo
Vargas, D. Cayetano Vega, D. Mariano del
Prado. Adjuntos, a proposición .del pueblo:
D. Juan Santos Zavalla, D. Juan Pedro In–
daburu, D. José Landavere, D. José Plata,
D. José Alquiza, D. Manuel Ruiz y Bolaños,
T. II.
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