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nunciamiento; pero se dió tiempo para

afrontar sus tremendas responsabilidades,

organizando el nuevo gobierno y la admi–

nistración de la Intendencia con los parti–

dos provinciales, cuyo apoyo tardaba en

llegar; a todo lo cual, y no era poco, debió

sumarse la profunda inquietud producida

por la vacilación d·e los espíritus, justifi–

cada por el hecho de no haber respondido

las Intendencias al urgente llamado de la

Junta Revolucionaria adonde fueron en–

viados emisarios para gestionar el inmedia–

to apoyo que necesitaba la causa americana,

cuya ayuda de producirse habría hecho

variar el curso de las facciones que destru–

yeron la revolución.

La figura central del cuadro revolucio–

nario de julio, Murillo, ofreoe los claros–

curos de la actividad subversiva, las

inquietudes y el desaliento por la inercia

de los partidos provinciales y las Inten–

dencias para secundar el movimiento, pres–

tarle ayuda y sostenerlo; pero si vacilaba

el optimismo y la confianza de los primeros

días, las intrigas de Goyeneche y sus se–

cuaces, los intentos de contrarrevoluciones

y amenazas de los realistas, por un lado,

y del pueblo vigilante por otro, mantenían

a la Junta en estado de permanente inquie–

tud y zozobra, a punto que no tardarían en

estallar las defecciones, como sucedió.

No obstante de todo ello, Murillo s-e per–

fila en la marcha de los acontecimientos

como una fuerte personalidad. Educado

en un ambiente auslero, entre templos y

oraciones que alternaba con las tareas de

la escuela, la primera protesta de su es–

píritu pudo ser la convicción de que le fal–

taba el hogar sin mácula. No se henchía su

corazón de gozo ante el padre, él que debía

ser padre de la libertad. Trunco su cariño

filial, se entrega con ansias al embrujo de

la aldea, junto al turbulento Chuquiapu; le

atrae el torrente y allí pasa las mejores

horas del día, consumando travesuras. Le

asaltan deseos de apr·ender y saber y ya

juega a los soldados en batallas y fusila–

mientos, vislumbrando la trágica grandeza

de la muerte, él que debía

VIVIr

para dar

libertad a un continente. Es incorregible–

mente pendenciero y con frecuencia vuelve

a casa maltrecho, con un rencor clavado en

el corazón, y no se queja pero sufre en el

camastro porque no ha podido vencer al

contrincante. Ha contemplado a los indios

sumisos llevando sobre la ·espalda la carga

incómoda y agobiadora; mira a la distancia

los caminos que escalan las alturas por

donde se va a Lima y Potosí y todavía no

sabe por cuál de ellas llevarán su cabeza

a la picota del escarmiento, en la hora

negra de su destino. Se va frente al cuartel,

siguiendo a las tropas y las fanfarrias mi–

litares y se entretiene en la explanada de

Cusipata viendo los ejercicios de soldados

con vistosos uniformes. Su sangr·e, levadu–

ra india mezclada de ,plasma español, bulle

como el torrente del Chuquiapu, con la an–

cestral rebeldía de los Sapallas y los ar–

dores de criollos crecidos junto a la Inten–

dencia, que no se contentaban con el

oropel de riquezas materiales, porque les

faltaba la libertad. Criollo de estirpe colla

y castellana, crece como el cacto en las

hoscas breñas, r·ecto, áspero,

pu~ante,

hasta

florecer en .la magnífica pompa que se abre

a los vientos como una herida. Tiene que

conservar el torrente de sus venas para la

hora suprema a que está predestinado y ha

de fortalecer su cuerpo para que no desfa–

llezca en el sacrificio; al retorno del Cuzco ·

su espíritu avizor se nutre en la sabiduría

de la biblioteca que puso ·en sus manos la

diligente y · perspicaz inquietud del cura

que presiente la vocación del hombre, ca–

rácter forjado en la dura lucha de los días

y los años. Conserva de su infancia un re–

cuerdo como

pr~cioso

relicario prendido

en el pecho de una dama, y más tarde evo–

cará todo esto en las horas de lucha

y

desaliento, con la fugaz melancolía que nu–

bla un claro día de esperanza. En la inti–

midad mir.a a sus semejantes no tanto con

desdén como aflicción, porque le parece

que se encorvan demasiado o se humillan

ante gobernadores, prelados y aléabaleros

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