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Las zonas de la ciudad han sido fluyen–

tes, cambiantes, en una móvil adecuación

según las necesidades de su cr·ecimiento.

Cuando hubo un obstáculo, fué indispen–

sable avasallarlo. Había en sus habitantes,

como existe hoy, una constancia viril, una

voluntad de dureza granítica. Los grandes

sacudimientos históricos, las crisis políti–

cas, los eclipses de la libertad, subrayaron

ese carácter. La ciudad fué levantada, no

en vano, no al azar, en un sitio difícil, ac–

cidentado, con proliferación de escarpas y

repechos. Esta elección se ·vincula con una

remota y presente predisposición para la

lucha, sin la cual acaso no tendrían sen–

tido su vida y su destino.

D-esde 1825, sacudida por sus propias

necesidades, muchas veces se ha renovado

la ciudad. Es un hito del impulso, del vi–

gor, del sueño que se hace realidad. En

una insustituíble vocación de aspirar, la

tradición colonial ha venido cayendo p·eda–

zo a pedazo; de aquélla ha quedado sólo lo

sustantivo. La ciudad y su hombre no se han

r·eplegado en las formas del pretérito, no

han caído en el "romanticismo del pasado";

no han querido vivir sólo de recuerdos. In–

surge, por eso, sed de acciones, reiterada

audacia de atreverse, d·e osar, que abarca

dilatados horizontes. El hombre, en la pro–

misoria hoya: parece ·inmune a la pereza y

a la contemplación. Podría afirmarse que

la tierra ·empujara al trabajo, a la dona–

ción; parece que obligara a no obedecer, a

chocar, a rebelarse en un redoblado pro–

ceso de inconformidad.

De ahí precisamente que lo que ahora

se desmorona, edifícase mañana en una as–

cendente tentativa de descontento. El tapial

y el adobe, pospuestos por las modernas

exigencias de la arquitectura, van limitán–

dose a las casas modestas, para dar paso

a la instancia de elevación. La piedra, el

cemento, el acero, el ladrillo dan forma a

confortables edificaciones que, al mismo

tiempo, son expresión de una voluntad in–

fatigable.

Todo cuanto implica fundamental impul-

so, ha nacido en La Paz de la fuerza po–

pular, que ha sido motriz empuje social.

Hemos visto actuar al pueblo en el curso

de trascendent·es sucesos, que acabaron por

ser norma para la colectividad nacional.

Esa orientación no nace de la cultura ni de

la influencia de doctrinas, sino de una in-

Un vislumbre de la urbe moderna. - El edificio de la

Universidad.

coercible vocación de vivir. De ahí emerge

su p·ermanente capacidad revolucionaria,

porque no se ha conformado a mantenerse

desconocido, ·anestesiado o traicionado.

No fueron pocas, en el curso de la his–

toria, las sombrías ambiciones de caudillos

y próceres.

Sór~idas

·instancias, avaricia en

las donacion,es morales y turbio interés de–

voraron, más de una vez, a los hombres

encargados de vigilar la dignidad y la li–

bertad. Fué entonces que el pueblo se ins–

taló en el heroísmo e hizo, defendiéndose,

proyectándose al porvenir, interminable su

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