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trazos urbanos se ensanchaban en nuevas

calles. La férrea voluntad no hallaba lími–

tes; nunca los obstáculos pudieron detener

su brazo. Escuelas, colegios, institutos fa–

cultativos, comercio, industria, bancos: todo

había crecido de acuerdo a las necesidades.

Lo que había no era, sin embargo, cuanto

merecía. Apenas significaba hito de progre–

so, paso, actitud. Nada puede ser definitivo

en el esfuerzo de un pueblo que crece.

Tornemos a los hechos políticos. Obvio

es afirmar que el poder ha de

sustentar~e

en las multitudes; que ha de ser del pueblo

de donde tome autoridad el gobierno. Exis–

tía, en el alma popular de La Paz, espíritu

político, fuerzas y voluntad motrices, libre–

mente manifestadas, prevalecientes. Para el

pueblo,

-el

poder no podía ser otra cosa que

libertad, tolerancia y responsabilidad. Esas

cualidades, empero, no distinguían al go–

bierno. Palabras y actos de los hombres

del poder provocaban al pueblo. Una ma–

ñana -el 13 de junio de 1946--- fracasó

una tentativa revolucionaria. La persecu–

ción,

-el

odio, y la crueldad oficiales redo–

blaron con ese motivo. Sobre odios y resen–

timientos no puede haber gobierno. El pue–

blo, que sentía el tarascón de la implacable

dictadura, no podía quedarse inactivo. Un

día, como tantas veces lo hici·era, se levan–

tó con la sola arma de su protesta. Niños,

estudiantes, mujeres y hombres se pusieron

en las filas de su propia libertad, y en un

alzamiento imponente, sin

jef.es,

sin direc–

ciones políticas, echaron a tierra la orga–

nización de la fuerza. El 21 de julio de

1946, el pueblo paceño devolvió

s~

libertad

al país. Derrocaqa la tiranía militar y

civil, se formó una Junta d·e Gobierno que

interpretaba los anhelos de esa hora de

grandezas colectivas, de heroísmos popu–

lares.

Otra vez los hombres respiraban sin cons–

tricciones. Con sus propias manos lograron

su liberación, a costa de la sangre de:r;ra–

mada en las calles y plazas. El triunfo del

pueblo de La Paz era el triunfo del país,

que buscaba vivir sin sujeción a voluntades

de personas o grupos, con un solo respeto

que será, como siempre fué, norma: la ley.

Y con el pueblo volvió a triunfar la Cons–

titución retaceada, hecha cendales.

Fué así cómo derrocó a Melgarejo; así

derrocó a Siles; ·así derrocó a Villarroel.

Estaba confirmada, una vez más, su verdad

actuante, vital: "La Paz, cuna de la liber–

tad, tumba d·e tiranos". Y desde esta cuen–

ca transmitióse, en la tarde de julio de

1946, un aliento de concordia, una fe in–

mensa en lo que era capaz la sustancia po–

pular. Efectivament·e, clareaba la libertad.

FIGURA, CARÁCTER, RUMBO

En esta hoya cargada de leyenda, tradi–

ción y vida, continúa el acontecer republica–

no, que es la aventura de buscar los propios

destinos. Sus habitantes la conformaron en

un ·largo denuedo 'de ideas y hechos, de

triunfos y caídas y de esfuerzos siempre

vigorosos y tesoneros. Allá lejos, cuando el

júbilo popular anunció el nacimiento de una

República, la colonia 'no había caído sino

en sus r-epresentantes epigonales, en la fuer–

za armada que la sustentaba, en· la práctica

de vicios y en las manifestaciones del pri–

vilegio ·detentado por los peninsulares; en

otros órdenes, la colonia se mantuvo viva.

Tal vez la lucha no había sido contra

toda

la ' colonia sino contra sus injusticias. La

armazón colonial, cimentada en trescientos

años de dominación unitaria, permaneció

erguida, y en ella se colocaron vestidos re–

publicanos. Pero la República tuvo signi–

ficación en todo los actos en qu·e palpitó

un escorzo d·e patria y una esperanza de

libertad. Y esa palpitación, antes que en

las esferas oficiales, antes que en los cuar–

teles, 'fué isócrona y continuada en el pue–

blo. Por eso en la vida d-el pueblo destá–

canse

arist~s

apasionantes, en que peraltan

destellos de grandeza que saben iluminar

las grandes acciones colectivas. Estos he–

chos parecen descabezados, pero obedecen

a un ritmo lleno de sugestiones y genero–

sidad.

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