Estado. Los "varitas", armados y disCipli–
nados fueron los héroes de la hazaña. Has-
'
.
-
ta ese momento, eran los únicos uniforma-
dos que no habían actuado en una "revo–
lución". Ahora podían descansar seguros:
eran ya epónimos actores en el desorden.
Varias casas de los gobernantes caídos fue–
ron asaltadas en un extraordinario denuedo
políticament~
dirigido.
Mientras Peñaranda y los ex ministros
iban a la cárcel y el jefe del grupo político
totalitario r-ectificaba su propia posición
ideológica sustentada en el parlamento,
apareció en el escenario político un nuevo
hombre: Gualberto Villarroel. Los milita–
res, hasta la graduación de mayores, desco-
•nocieron a sus jefes j-erárquicos; el firme
sostén disciplinario del cuartel quedaba
desconocido y despedazado. Y era que los
hombres de treinta y tantos años, que pla–
nearon en el Chaco llegar al gobierno, cum–
plían su propósito. Con ellos, pocos
civiJ.es,
nuevos astros de la política, actuaban desde
los ministerios. Confinamientos, destierros,
encarcelamientos, censura de prensa, prensa
oficial, agitación de los sindicatos de tra–
bajadores, seis meses sin el reconocimiento
de las naciones americanas y democráticas,
gravitaban como una nueva carga. Y desde
esa hora -no se convocó a elecciones mu–
nicipales ni sé restablecieron las garantías
ciudadanas-, la dictadura se valió de la
vigilancia, de la soplonería, de la delación;
sobrevinieron atentados a la vida de las
personas y el secuestro de un industrial
millonario, dirigidos por la policía. Una
"convención" elegida con dineros fiscales
hizo el simulacro de la legalidad. Hubo
también nueva Constitución. Del mismo mo–
do que en el gobierno Belzu, se dictaron
medidas demagógicas, que herían la sen–
sibilidad de los humildes, cuyo mejora–
miento, sin embargo, no era efectivo ni
real. El odio a los partidos llamados tradi–
cionales levantó barreras invencibles. Las
policías acabaron por ser dueñas omnímo–
das de vidas y haciendas. Con este sector
del ejército, cogobernaron los civiles del
grupo antidemocrático, implicado muy po-
I
. , d
"
h"
co antes en a pr·eparacwn e un putsc
na.zi. Y estos hombres, no obstante los he–
chos, proclamaban que se trataba del resta–
blecimiento de las formas legítimas de la
democracia y libertad. Hay que señalar, em–
pero, que al mes de haberse producido el
golpe, hubo una demostración de simpatía
al nuevo gobierno. Confiando, sin duda, en
que ese apoyo popular podía ser duradero,
que
~o
podría modificarse con una actua–
ción errada, los gobernantes recrudecieron
su frenesí persecutorio.
Dejemos al gobierno. En la ciudad, los
extramuros de fin de siglo acabaron por
poblarse. Sopocachi, San Jorge, Miraflores,
Villa Victoria, todo era ciudad, invasión
urbana. Obraj-es, capital de la provincia
Murillo, fué anexado al radio urbano. Las
casas pechaban, cada vez más, el campo,
subían por el declive de los cerros, erguían–
se sobre las primitivas haciendas y cami–
nos. Un censo efectuado en 1941, dió a La
Paz 350.000 habitantes. Habíase terminado,
en 1940, la construcción de los mercados
"Camacho", "Lanza" y "Rodríguez" y los
regionales de Miraflores, Sopocachi y
Caja de Agua. Los servicios de alcanta–
rillado tenían grandes deficiencias. El es-
d . "L P "
b'
~
L
ta
10
a az aca o por ser pequeno. a
municipalidad continuaba sin su libre jue–
go democrático, convertida en dependencia
-desde 1936-- del Poder Ejecutivo. El
entubamiento del río Choqueyapu avanza–
ba, satisfaciendo un anhelo local. La cate–
dral seguía inconclusa, como si tuviera cer–
cenadas las torres. La avenida Camacho
-la Central, que proyectaban los ediles–
levantó sus pisos de cemento armado. Las
calles hiciéronse más transitadas, las ofici–
nas más concurridas; espectáculos, vida
nocturna, distracción deportiva, todo se
multiplicó. Lo que se hacía, marcaba un
ritmo gigantesco, como eran la urbe y el
pueblo. Varias veces, plazas y calles ha–
bían sido transformadas; varias v·eces ha–
bían vuelto a levantarse los puentes des–
truídos por las corrientes de agua; los
245