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vando las .energías populares, los partidos

políticos y los parlamentarios discutían con

encono la traslación del monolito Bennet,

haciendo preterición de las necesidades y

la realidad lacerante de la guerra. Esa ima–

gen de piedra se convirtió, aunque pasaje–

ramente, en una cuestión de estado, entre

el gobierno Salamanca y la Municipalidad.

En el mes de noviembre de 1934, el Pre–

sidente viajó al Chaco. Se habían venido

encadenando las derrotas militares, con li–

mitadas acciones victoriosas de parte de

Bolivia. En una de las operaciones sorpre–

sivas del comando boliviano, cayó, en Vi–

llamontes, el mandatario. La gente dijo,

entonces, que ésta fué una de las acciones

más "brillantes" del comando boliviano.

Con ese acto iba preparándose el retorno del

militarismo al Poder. Hay que decir que

Salamanca merecía resistencia por la con–

ducción de la guerra; pero las causas efec–

tivas de las operaciones adversas, d·ebían

servir para respdnsabilizar a otras perso–

nas ...

Dando un viso de legalidad al golpe, se

llamó al vicepresidente, José Luis

Tej~da

Sorzano, para que asumiera la presiden-cia.

Las circunstancias internacionales apre–

miantes, determinaron al patricio a aceptar

la responsabilidad del gobierno; y cuando

debía terminar el mandato iniciado en

1931, el 5 de abril de 1935, el parlamento

aprobó una prórroga pr·esidencial. El libe–

ralismo, con estos hechos, volvió al go–

bierno.

Franz Tamayo fué elegido, en tiempo de

guerra,

pres~dente

de la República. El go–

bierno Salamanca consideró, en ese momen–

to, que nada podía interrumpir -ni la

guerra- el normal desenvolvimiento de las

instituciones. Pero poco después, frente a

la necesidad de llamar a elecciones muni–

-cipales, esgrimió el argumento de que, es–

tando los ciudadanGS en el Chaco, no podía

permitir, a sus espaldas, un simulacro elec–

toral. Estas dualidades se explican por los

intereses en juego, por la hegemonía que

.desean mantener los hombres y los parti-

dos y por la necesidad de aplastar, desde

el gobierno, a los opositores, porque todavía

no ha nacido el equilibrio espiritual que

convenza a los caudillos de la necesidad

de una oposición justa, morigeradora, vi–

gilante; que sea, al mismo tiempo que fre–

no, estímulo. Tamayo, con los hechos con–

sumados, renunció, en carta públifa, la

presidencia. Era ya el momento de la pre–

sencia en las ciudades, de los inválidos, de

los avitaminosos, de los evacuados.

El 30 de enero de 1935, la ciudad, que

soportaba las penalidades de la guerra, los

lutos ocasionados por las muertes, sufrió

una ineaperada catástrofe. A medio día,

cuando terminaba la labor matinal en las

oficinas, se desbordó el río Choqueyapu.

Desde la quebrada de El Alto, las aguas

bajaban, arrolladoras, en inmensas oleadas.

La corriente descuajó puentes, derribó ca–

sas, arrasó el mercado de flores y tam–

bién cuanto obstáculo se le presentaba. Fué

tan inmensa la riada, qu·e muchas calles y

avenidas se convirtieron por algunos minu–

tos, en otros tantos ríos, como la avenida

16 de Julio y la calle -Bueno.

De momento, nadie se explicaba las cau–

sas de esa tragedia, que ocasionó muchas

víctimas y daños materiales, como nunca

&e habían producido hasta entonces ni en

las más abundantes crecidas del Choqueya–

pu. Sólo después se supo que había reven–

tado la represa de una mina de la firma

Trepp, y la cantidad de agua almacenada

se desbordó hacia la ciudad.

El gobierno, las instituciones, la munici–

palidad, los vecinos, todos se movilizaron

para socorrer a los damnificados. Los Ami–

gos de la Ciudad iniciaron una colecta de

fondos para hacer llegar socorro a los que

habían perdido hogar y bienes. Cuanto pu–

do haberse hecho no llegaba a compensar

los perjuicios, no obstante de que el senti–

miento de solidaridad social del pueblo fué

presto y abnegado.

Fué entonces que se planteó el entuba–

miento del Choqueyapu, a fin de poner a

salvo, con medidas de previsión, a la ciu-

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