civil, en un simulacro de contramanif·esta–
ción --el conocido recurso oficialista-,
que vitoreaba a Siles y el Consejo de Go–
bierno, quiso resistir el empuje estudiantil.
Los discursos fueron una llameante convo–
catoria a la lucha cívica. Las tentativas de
dispersar a los manifestantes fracasaron.
De regreso a la Plaza, una vez que reco–
rri-eron varias calles, los manifestantes arro–
jaron piedras al palacio de gobierno. La
respuesta la dieron los fusiles de la guar–
dia. La violencia oficial vigorizó los áni–
mos; los muertos empujaron a la lucha.
El Consejo de Ministros había hecho colocar
El estadio "La Paz".
Pero poco después, un regimiento de caba–
llería los atacó. Cayó herido de muerte un
universitario, cuyo cuerpo, sangrante toda–
vía, envuelto
~
el pabellón de la patria,
fué paseado por las calles. Era el estandar–
te de la rebelión. Hombres y mujeres en–
grosaron las filas de la resistencia y de la
invencible fuerza moral del pueblo.
Una de las tribunas del estadio "La Paz".
ametralladoras en los techos de los edificios
d·e la Plaza y en varios lugares altos.
Se
hizo fuego desde varios automóviles. Pero
nada podía detener el desenlace.
En los siguientes días, el empleo de ar–
mas de fuego fué nutrido contra el pueblo,
al cual se quería domeñar con la metralla.
La masa había salido, a pesar de las ase–
chanzas, agraviada, a restablecer el respeto
a la vida humana, y se enfrentó a la policía
y a las fracciones del ejército que coman–
daba el general alemán Hans Kundt, par–
cializado con el nacionalismo. De pronto,
eran ya las mujeres, los niños, todos en fin,
que salían a las calles contra los soldados.
Los cadetes, a su vez, dejaron su colegio y
se pusieron aliado del pueblo. Esta terrible
y desigual lucha terminó el 27 de junio, con
la caída del Consejo de Estado, el cual ha–
bía estado defendiendo la reelecciqn pre–
sidencial, jugando el interés de una perso-
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